Avanzando por Figueroa Alcorta, a los pies mismos del Monumental, puede leerse claramente una plaqueta de mármol que homenajea a las 71 víctimas de la Puerta 12. Parado frente a ese portón colosal, hiela la sangre imaginar lo que hace tiempo sucedió allí. La placa es efectiva al convocar la memoria, pero tiene una omisión que la deja incompleta. Pocos saben que 24 años antes de esa tragedia, las mismas escalinatas empinadas, los mismos pasillos sombríos, la misma violencia tan nuestra, la misma incompetencia hecha carne, cegaron la vida de 9 tipos jóvenes, que concurrieron a ver un espectáculo y que fueron obligados a bajar rápido de la popular y nunca pudieron llegar a la vereda de la Avenida.
El 2 de julio de 1944, en un Monumental a reventar, River Plate y San Lorenzo se jugaban una parada importante por la punta del certamen de AFA. La Máquina tuvo trabajo extra esa tarde para doblegar al Ciclón por 2-1, habiendo arrancado en desventaja por un gol a los 4 minutos de Rinaldo Martino. Fue un partido charlado y caliente, y que varias veces se fue de las manos del ya veterano Bartolomé Macías, juez del match. A los 33 del segundo tiempo, y tras una jugada dudosa, Adolfo Pedernera puso el 2-1 y fue esta la gota que colmó la paciencia del pueblo sanlorencista, que ya venía susceptible por la no sanción de dos supuestos claros penales en su favor.
Lo que prosiguió luego tiene tantas versiones como intereses existieron. Podría contarse que la historia verdadera (no la oficial) ocurrió mas o menos así: Afiebrados por lo que creían una injusticia, los hinchas de San Lorenzo acometieron con incidentes al cierre del partido. La Policía no se quedó en el molde y, fiel a lo que marca su tradición centenaria, reprimió con virulencia. La gresca motivó un desbande generalizado de espectadores que se apuraron por embocar en las salidas de la popular sin saber que se metían en la trampa. La puerta 11 estaba cerrada y los molinetes aún colocados. Asfixiadas, aplastadas, reventadas, 7 personas murieron en el acto, y otras 2 lo harían con el correr de las horas y los días. Todos tenían una historia que no contemplaba ese final.
El primero en morir fue un chico de Villa Luro de 14 años llamado Vicente Pintado. Iba por primera vez a la cancha. Su caída azuzó el pandemónium. Carlos Latrecchi (17 pirulos) era vecino suyo dos casas de por medio pero no habían ido juntos. La turba lo arrasó. Francisco Enrique y Francisco Fau eran dos muchachos de 15, y excelentes estudiantes en sus respectivos colegios. Rafael De Luca de 26 se había casado el fin de semana anterior. Alberto Ratti tenía 22, era Santiagueño y estaba conscripto en la Marina de Guerra. José Díaz fue la víctima de mayor edad. Apenas 34. Un día mas tarde murió en el Hospital Militar Alberto Martínez (17), tenía el cuerpo desfigurado por múltiples fracturas. 10 días después del domingo fatal, en el Fernández, se iría José Alfredo Del Prado (26), a los pies de su lecho estaba su esposa, con la que se había casado un mes atrás.
En Argentina imperaba la dictadura con Edelmiro Farrell al poder. El golpe militar del 43 estaba fresco y Perón olía su oportunidad. El clima era belicoso e incierto, quizá como producto de la tensión de la Segunda Guerra y la vacilante postura Argentina. La masa comenzaba a animarse a mostrar su descontento y no hay peor cosa para un milico que la gente en la calle. Los uniformados controlaban con la ley del machete, y los medios ayudaban desde la censura o directamente desde la mentira. Solo así se comprende el esfuerzo de La Nación y La Prensa (los principales diarios porteños, Clarín aún no existía) por explicarle a la gente que lo que había pasado era un accidente ocurrido por culpa de los propios espectadores, y no por la inoperancia policial y la negligencia organizativa. La idea surtió efecto, pasaron los días, el silencio se acentuó, al domingo próximo volvió el fútbol y listo, aquí nada a pasado. Hoy a casi 67 años del hecho, una par de cosas quedan claras: Esta fue la primer gran tragedia del fútbol Argentino. También fue la mas silenciada de la historia.
Dicen que una tragedia no ocurre de casualidad. Ni que hablar dos. De los vicios y miserias de la autoridad ni cabe hablar. Son un problema cultural y quizás insoluble. El karma del Monumental siempre fueron sus salidas. No en vano, cuando llegó la hora de la refacción pensando en el Mundial, los arquitectos diseñaron las escaleras caracol, por fuera de la estructura del estadio, para desagotar las tribunas. A todo esto, la plaqueta en la Puerta L todavía está y es bueno que allí siga. Solo que alguien podría subsanar el involuntario error y colocar en el frío mármol el real número de víctimas de aquellas desgracias demasiado parecidas y para nada casuales. 80.
El 2 de julio de 1944, en un Monumental a reventar, River Plate y San Lorenzo se jugaban una parada importante por la punta del certamen de AFA. La Máquina tuvo trabajo extra esa tarde para doblegar al Ciclón por 2-1, habiendo arrancado en desventaja por un gol a los 4 minutos de Rinaldo Martino. Fue un partido charlado y caliente, y que varias veces se fue de las manos del ya veterano Bartolomé Macías, juez del match. A los 33 del segundo tiempo, y tras una jugada dudosa, Adolfo Pedernera puso el 2-1 y fue esta la gota que colmó la paciencia del pueblo sanlorencista, que ya venía susceptible por la no sanción de dos supuestos claros penales en su favor.
Lo que prosiguió luego tiene tantas versiones como intereses existieron. Podría contarse que la historia verdadera (no la oficial) ocurrió mas o menos así: Afiebrados por lo que creían una injusticia, los hinchas de San Lorenzo acometieron con incidentes al cierre del partido. La Policía no se quedó en el molde y, fiel a lo que marca su tradición centenaria, reprimió con virulencia. La gresca motivó un desbande generalizado de espectadores que se apuraron por embocar en las salidas de la popular sin saber que se metían en la trampa. La puerta 11 estaba cerrada y los molinetes aún colocados. Asfixiadas, aplastadas, reventadas, 7 personas murieron en el acto, y otras 2 lo harían con el correr de las horas y los días. Todos tenían una historia que no contemplaba ese final.
El primero en morir fue un chico de Villa Luro de 14 años llamado Vicente Pintado. Iba por primera vez a la cancha. Su caída azuzó el pandemónium. Carlos Latrecchi (17 pirulos) era vecino suyo dos casas de por medio pero no habían ido juntos. La turba lo arrasó. Francisco Enrique y Francisco Fau eran dos muchachos de 15, y excelentes estudiantes en sus respectivos colegios. Rafael De Luca de 26 se había casado el fin de semana anterior. Alberto Ratti tenía 22, era Santiagueño y estaba conscripto en la Marina de Guerra. José Díaz fue la víctima de mayor edad. Apenas 34. Un día mas tarde murió en el Hospital Militar Alberto Martínez (17), tenía el cuerpo desfigurado por múltiples fracturas. 10 días después del domingo fatal, en el Fernández, se iría José Alfredo Del Prado (26), a los pies de su lecho estaba su esposa, con la que se había casado un mes atrás.
En Argentina imperaba la dictadura con Edelmiro Farrell al poder. El golpe militar del 43 estaba fresco y Perón olía su oportunidad. El clima era belicoso e incierto, quizá como producto de la tensión de la Segunda Guerra y la vacilante postura Argentina. La masa comenzaba a animarse a mostrar su descontento y no hay peor cosa para un milico que la gente en la calle. Los uniformados controlaban con la ley del machete, y los medios ayudaban desde la censura o directamente desde la mentira. Solo así se comprende el esfuerzo de La Nación y La Prensa (los principales diarios porteños, Clarín aún no existía) por explicarle a la gente que lo que había pasado era un accidente ocurrido por culpa de los propios espectadores, y no por la inoperancia policial y la negligencia organizativa. La idea surtió efecto, pasaron los días, el silencio se acentuó, al domingo próximo volvió el fútbol y listo, aquí nada a pasado. Hoy a casi 67 años del hecho, una par de cosas quedan claras: Esta fue la primer gran tragedia del fútbol Argentino. También fue la mas silenciada de la historia.
Dicen que una tragedia no ocurre de casualidad. Ni que hablar dos. De los vicios y miserias de la autoridad ni cabe hablar. Son un problema cultural y quizás insoluble. El karma del Monumental siempre fueron sus salidas. No en vano, cuando llegó la hora de la refacción pensando en el Mundial, los arquitectos diseñaron las escaleras caracol, por fuera de la estructura del estadio, para desagotar las tribunas. A todo esto, la plaqueta en la Puerta L todavía está y es bueno que allí siga. Solo que alguien podría subsanar el involuntario error y colocar en el frío mármol el real número de víctimas de aquellas desgracias demasiado parecidas y para nada casuales. 80.
FUENTE DE DATOS: www.lapuerta11.blogspot.com
11 comentarios:
las unicas dos tribunas que tienen escalera caracol son la san Martin y la sivori altas, la tribuna de la tragedia sigue siendo igual, creo tambien que este accidente (?) fue en la misma puerta que la tristemente celebre puerta 12 y nobleza obliga tambien deberia haber una plaqueta recordatoria, lo mas increible igualmente es como fue ninguneada esta historia atraves de las decadas.
Es cierto lo que marcas de las salidas.
Nunca tuve muy en claro como se reacomodaron los nombres de las puertas despues de las refacciones, por eso no tengo claro si la 11 y la 12 son las mismas o no.
Uno pasa por esa puerta y (tal vez por sugestión) pero le corre un escalofrío tremendo.
Un triste recuerdo y un relato casi de película Adrían , tendrías que ser guionista de cine o algo por el estilo .
Excelente aporte periodístico y un relato tremendamente visceral. Mis felicitaciones.
Saludos,
Gustavo desde Neuquén
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RiBer asesino, mereces desaparecer
Estoy de acuerdo con que river es aseino y adenas Esta mal escrito va las 2 veces con B larga se escribe asi mira BernaBeu y la mayor masacre la hizo en 2018 mato a la mitad mas uno o por lo menos asi se hacian llamar
Es cierto!, esta historia pasó no sólo al olvido, sino a lo oculto. Incluso, por ejemplo, los nombres de las víctimas no son exactos. " Alberto " Martínez, entonces de 17 años, era en verdad Emilio Martínez, primo de mi papá, mi tío...
Es verdad se llamaba Emilio Martínez, hermano de mi mamá, mi tío que nunca no conocí, era una persona muy querida por todo el mundo, una perdida qué afectó mucho a la todos a mi me de 2 nombre Emilio en honor a él.
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