Lo trajo Ángel Labruna porque sabía que dentro de ese Gringo tosco y mancarrón, había un caudillo en potencia. Pero no un caudillo normal, de esos que sacan chapa a los gritos y a puro gesto tribunero. No, Héctor Ártico era todo lo contrario a una figura carismática, pero su nobleza, voluntad y entrega fueron claves para apuntalar el camino al éxito en la inolvidable campaña del año 1975.
Nacido en la localidad cordobesa de Colonia Caroya, tenía 25 años cuando pisó por primera vez el Monumental. Ya el feo lo había apalabrado acerca de ese gigante dormido que era River y del peso de la patriada que estaban por encarar: Devolverle al Millonario las vueltas olímpicas. No era un extraño. Se había presentado en sociedad unos meses antes cuando con un golpe de cabeza había provocado el empate de su Talleres ante River en la cancha de Racing. Su debut no pudo ser mejor. River peloteó a Estudiantes sin poder romper el cero, pero El Gráfico calificó su actuación con 10 puntos.
Ártico era arrojado y expeditivo. Jugaba al extremo de sus capacidades físicas y dejaba en la cancha la piel. Raspaba. Aplicaba con rigor la generosidad de su musculatura. Imponía respeto. Tenía apetito ofensivo, agarraba la lanza y se sumaba al ataque sin miedo, cosa que en ese equipo era condición sine qua non.
Formó con Roberto Perfumo la zaga central del equipo campeón del Metropolitano del 75. Quedó en la historia. En el Nacional de ese año una lesión lo obligó a alternar con Hugo Pena y Daniel Passarella, hasta que el nivel del “Kaiser” despejó todas las dudas sobre quien debía portar la 6 titular.
Igual, Ártico siguió sumando para el equipo desde el silencio, la humildad y el trabajo. Para él, estar en River era un regalo del cielo por toda su lucha de vida desde su cuna humilde en Colonia Caroya. Hizo banco en el 76 y vio como se escapaban del buche dos finales dolorosas para la historia de River: Ante Cruzeiro en Santiago y ante Boca en Avellaneda. En el 77, Passarella comenzó a viajar con la Selección preparándose para la Copa del Mundo, y fue el Gringo quién ocupó su lugar. Lo hizo con presencia, vigor y derroche de energía. Siempre fiel a los atributos que lo llevaron a vestir la casaca de River. La mas importante de toda su carrera.
Jugó su último partido la tarde del 11 de diciembre del 1977 en la cancha de Huracán, ante Gimnasia de Jujuy. A fin de temporada lo vendieron a Vélez Sarsfield. Mas tarde jugaría en Belgrano de Córdoba, Unión de Santa Fe y Tigre.
Fue un canto al coraje. Viéndolo jugar y correr y meter, a nadie se le pasaba por alto un gesto de admiración a su hombría. Héctor Ártico era –y lo sigue siendo hoy a los 60- un enfermo crónico del Mal de Chagas. La enfermedad provocada por la picadura de la vinchuca, que secreta un parásito que afecta las funciones de órganos tan delicados como el baso, el riñón y el corazón, y que reduce la expectativa de vida de las personas en 10 años. Así y todo, el cordobés no se guardó nada. No se lo hubiera permitido.
Nacido en la localidad cordobesa de Colonia Caroya, tenía 25 años cuando pisó por primera vez el Monumental. Ya el feo lo había apalabrado acerca de ese gigante dormido que era River y del peso de la patriada que estaban por encarar: Devolverle al Millonario las vueltas olímpicas. No era un extraño. Se había presentado en sociedad unos meses antes cuando con un golpe de cabeza había provocado el empate de su Talleres ante River en la cancha de Racing. Su debut no pudo ser mejor. River peloteó a Estudiantes sin poder romper el cero, pero El Gráfico calificó su actuación con 10 puntos.
Ártico era arrojado y expeditivo. Jugaba al extremo de sus capacidades físicas y dejaba en la cancha la piel. Raspaba. Aplicaba con rigor la generosidad de su musculatura. Imponía respeto. Tenía apetito ofensivo, agarraba la lanza y se sumaba al ataque sin miedo, cosa que en ese equipo era condición sine qua non.
Formó con Roberto Perfumo la zaga central del equipo campeón del Metropolitano del 75. Quedó en la historia. En el Nacional de ese año una lesión lo obligó a alternar con Hugo Pena y Daniel Passarella, hasta que el nivel del “Kaiser” despejó todas las dudas sobre quien debía portar la 6 titular.
Igual, Ártico siguió sumando para el equipo desde el silencio, la humildad y el trabajo. Para él, estar en River era un regalo del cielo por toda su lucha de vida desde su cuna humilde en Colonia Caroya. Hizo banco en el 76 y vio como se escapaban del buche dos finales dolorosas para la historia de River: Ante Cruzeiro en Santiago y ante Boca en Avellaneda. En el 77, Passarella comenzó a viajar con la Selección preparándose para la Copa del Mundo, y fue el Gringo quién ocupó su lugar. Lo hizo con presencia, vigor y derroche de energía. Siempre fiel a los atributos que lo llevaron a vestir la casaca de River. La mas importante de toda su carrera.
Jugó su último partido la tarde del 11 de diciembre del 1977 en la cancha de Huracán, ante Gimnasia de Jujuy. A fin de temporada lo vendieron a Vélez Sarsfield. Mas tarde jugaría en Belgrano de Córdoba, Unión de Santa Fe y Tigre.
Fue un canto al coraje. Viéndolo jugar y correr y meter, a nadie se le pasaba por alto un gesto de admiración a su hombría. Héctor Ártico era –y lo sigue siendo hoy a los 60- un enfermo crónico del Mal de Chagas. La enfermedad provocada por la picadura de la vinchuca, que secreta un parásito que afecta las funciones de órganos tan delicados como el baso, el riñón y el corazón, y que reduce la expectativa de vida de las personas en 10 años. Así y todo, el cordobés no se guardó nada. No se lo hubiera permitido.
4 comentarios:
Un artículo de historia bastante bonita. Sigue asi! ^^
Saludos.
http://mallorketas.blogspot.com/
La verdad q el cordobes era un jugador de toda la cancha,hojala hoy lo tuviéramos en el plantel.Los jovenes deben seguir su ejemplo, recorría todos los sectores de la cancha con jerarquía y juego.
Un reconocimiento al
cordobes q vino de talleres.
muy buena la nota la verdad que hace poco tuve la posibilidad de conocerlo una exelente persona merece tener un reconocimiento tanto de talleres como de river.
muy buena la nota la verdad que hace poco tuve la posibilidad de conocerlo una exelente persona merece tener un reconocimiento tanto de talleres como de river.
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