River Plate 1957/1968 - 230 partidos - 101 goles - 1 campeonato
Me lo dijo mi viejo un día, allá por el 98. “¿El mejor de todos?. Ermindo nene, lejos. Era como el peladito francés, pero con mas gol”. Él decía las cosas de una forma muy rotunda y no tuve otra que creerle. Está claro que el peladito francés era Zinedine Zidane.
Ermindo Onega dividió las aguas, como solo las dividen los diferentes. Dicen que jugaba como Alonso, como Francescoli, Como Zidane, como Kaká. En realidad todos ellos tenían algo de Ermindo. Tuvo un solo karma y este lo acompañó toda la vida: No poder ganar campeonatos. Para algunos eso es imperdonable y por eso lo denostaron, pero digamoslo de entrada para desterrar cualquier lógica exitista. Fue un crack de todos los tiempos.
Pero también fue el símbolo de la injusticia, ese gusto culposo que preferimos mantener en el anonimato para evitar el que dirán. Un amor secreto que habita en los recónditos vericuetos del corazón. Es un olvido rotundo, es un pecado evidente. Alguna vez dijo que “había llegado tarde a todo”. Justo él, que se adelantaba a la jugada y hacia la diferencia.
Debutó en la última fecha del Campeonato de 1957, el último antes de la nefasta racha de 18 años. Fue el abanderado de un reemplazo generacional muy pesado, y llevó esa carga sobre sus hombros hasta su último partido con la banda roja en el año 1968 sin renunciar jamás a su estilo. Una generación entera de riverplatenses lo idolatró en los tiempos de la sequía, y mucho tiempo sintieron culpa por esa adoración, hasta que los años borraron las amarguras y trajeron el indulto para su genio impar.
Todo su juego era un deleite visual, La frente en alto y el pecho erguido, la calidad de su pegada, la forma elegante de correr la cancha, el radar para servir pases milimétricos, su gambeta, su cambio de ritmo, su llegada al gol, su carácter tibio. Armó duplas fantásticas con Luis Artime y su hermano Daniel, y llevó de la mano a River a pelear los campeonatos de toda la década del 60. Le pusieron muchos números en la espalda, pero el siempre llevó uno: el 10. El que lo definía y lo calificaba.
La rompió en la selección Argentina que ganó la Copa de las Naciones en Brasil y en el Mundial de Inglaterra. El Ronco era aplaudido en todos lados, pero en River ya estaban cansados de aplausos y se le exigían vueltas olímpicas. Frustrado por la mala racha se fue a Peñarol de Montevideo y fue figura durante 4 años pero sin festejos. Volvió a Vélez en el 72 para jugar en un equipo devaluado tras perder el torneo del año anterior. Jugó un tiempito en Rio Cuarto y se retiró un tiempo después en La Serena de Chile. Siempre llegó tarde dijo. Tristemente también llegó tarde al volantazo que evite el accidente que lo finalizó una mañana fatal del 21 de diciembre de 1979, en la Ruta 9, cerca de la localidad de Lima. Tenía 40 años.
La historia de Ermindo Onega es la historia de un campeón sin corona, la vida de un santafecino de Las Parejas, fanático de la banda desde la cuna, que logró que su apellido sea bandera y sinónimo del River de todos los tiempos. Lo hizo sin el aporte sustancial de las vueltas olímpicas, y para llegar a eso hay que ser muy grande.
Una vez, el Negro Fontanarrosa dijo “Yo no quería ser como Cortazar, quería ser como Ermindo”. Queda claro que los genios se reconocen.
Ermindo Onega dividió las aguas, como solo las dividen los diferentes. Dicen que jugaba como Alonso, como Francescoli, Como Zidane, como Kaká. En realidad todos ellos tenían algo de Ermindo. Tuvo un solo karma y este lo acompañó toda la vida: No poder ganar campeonatos. Para algunos eso es imperdonable y por eso lo denostaron, pero digamoslo de entrada para desterrar cualquier lógica exitista. Fue un crack de todos los tiempos.
Pero también fue el símbolo de la injusticia, ese gusto culposo que preferimos mantener en el anonimato para evitar el que dirán. Un amor secreto que habita en los recónditos vericuetos del corazón. Es un olvido rotundo, es un pecado evidente. Alguna vez dijo que “había llegado tarde a todo”. Justo él, que se adelantaba a la jugada y hacia la diferencia.
Debutó en la última fecha del Campeonato de 1957, el último antes de la nefasta racha de 18 años. Fue el abanderado de un reemplazo generacional muy pesado, y llevó esa carga sobre sus hombros hasta su último partido con la banda roja en el año 1968 sin renunciar jamás a su estilo. Una generación entera de riverplatenses lo idolatró en los tiempos de la sequía, y mucho tiempo sintieron culpa por esa adoración, hasta que los años borraron las amarguras y trajeron el indulto para su genio impar.
Todo su juego era un deleite visual, La frente en alto y el pecho erguido, la calidad de su pegada, la forma elegante de correr la cancha, el radar para servir pases milimétricos, su gambeta, su cambio de ritmo, su llegada al gol, su carácter tibio. Armó duplas fantásticas con Luis Artime y su hermano Daniel, y llevó de la mano a River a pelear los campeonatos de toda la década del 60. Le pusieron muchos números en la espalda, pero el siempre llevó uno: el 10. El que lo definía y lo calificaba.
La rompió en la selección Argentina que ganó la Copa de las Naciones en Brasil y en el Mundial de Inglaterra. El Ronco era aplaudido en todos lados, pero en River ya estaban cansados de aplausos y se le exigían vueltas olímpicas. Frustrado por la mala racha se fue a Peñarol de Montevideo y fue figura durante 4 años pero sin festejos. Volvió a Vélez en el 72 para jugar en un equipo devaluado tras perder el torneo del año anterior. Jugó un tiempito en Rio Cuarto y se retiró un tiempo después en La Serena de Chile. Siempre llegó tarde dijo. Tristemente también llegó tarde al volantazo que evite el accidente que lo finalizó una mañana fatal del 21 de diciembre de 1979, en la Ruta 9, cerca de la localidad de Lima. Tenía 40 años.
La historia de Ermindo Onega es la historia de un campeón sin corona, la vida de un santafecino de Las Parejas, fanático de la banda desde la cuna, que logró que su apellido sea bandera y sinónimo del River de todos los tiempos. Lo hizo sin el aporte sustancial de las vueltas olímpicas, y para llegar a eso hay que ser muy grande.
Una vez, el Negro Fontanarrosa dijo “Yo no quería ser como Cortazar, quería ser como Ermindo”. Queda claro que los genios se reconocen.
2 comentarios:
Muy buena nota que me trae el recuerdo de quien fue mi ídolo y una sola corrección:
Fue el jugador desequilibrante con el cual la Argentina se coronó campeón de la Copa de Las Naciones derrotando al Brasil de Pelé y Gerson.
Lancioni, mucho gusto.
Gracias por su comentario, y lo que usted remarca como corrección en realidad está explicitado en el texto, aunque tal vez de una forma confusa.
Es verdad. Ermindo fue la estrella de la Selección que ganó en Brasil la Copa de Las Naciones. (hizo el primero del 3-0 ante Brasil en San Pablo). En la reseña de arriba figura un título en su historial. Ese es el de 1957, pese a que solo jugó un solo partido, el último de esa campaña
Publicar un comentario