La historia de Urriolabeitia como entrenador de River Plate está signada por la huella del fracaso crónico en la que el millonario estaba empantanado todavía en los comienzos de la década del 70.
De todas formas su River dejó muchos pasajes memorables en las retinas de los hinchas. Llegó a Núñez luego de una danza de nombres entre los que se encontraban Labruna, Sívori, Rossi y Pedernera, y el suyo era el menos favorecido, ya que no era de la casa y solo tenía el antecedente de su pasado como pilar del mediocampo del equipo ganador de los años 50. Arribó a mediados de 1972 portando un mensaje rotundo: Es la hora de ganar. Borraba con su llegada los atisbos renovadores que habían marcado la etapa de Didí, cesado de su cargo a principios de ese año en desmedro del interinato de Osvaldo Diez. De todas formas, privilegió los elementos de la casa, tanto que de los 11 titulares de su formación base, 9 eran producto de las inferiores.
Urriolabeitia tuvo en su paso como técnico de River un gran hijo y un gran verdugo. Boca y San Lorenzo respectivamente. A Boca lo venció en los tres partidos que lo enfrentó, dos de ellos con una carga emotiva gigantesca, como lo fueron los dos superclásicos del Nacional 72. 5-4 el primero, el día de su debut oficial, y 3-2 el segundo, por semifinales, ambos en Vélez. Pero San Lorenzo le arruinó la vida y lo empujó a la renuncia. El Ciclón le ganó la final del Nacional 72 en tiempo suplementario 1-0 y lo humilló por la Copa Libertadores del 73 con un doloroso 0-4 en el Monumental, que fue la gota que colmó el vaso de la paciencia.
Murió en su ley. Vino a ganar y no ganó. Sus meses en River fueron intensos. Asentó definitivamente en primera a glorias millonarias como Juan José López, Morete y el Beto Alonso. Mostaza Merlo no tendrá los mejores recuerdos de su paso, ya que le hizo calentar el banco bastante tiempo, suplantado por un uruguayo rustico llamado Jorge Vázquez. La formación del 72 (Perico Pérez; Japonés Pérez, Daulte, Dominichi y Giustozzi. J.J López, Vázquez y Alonso; Mastrángelo, Morete y Más) coronó tardes lujosas a pleno futbol y gol –¿quien se olvida del 7-2 a Independiente?-, pero no fue campeón. Y se sabe, de los perdedores muy pocos se acuerdan.
De todas formas su River dejó muchos pasajes memorables en las retinas de los hinchas. Llegó a Núñez luego de una danza de nombres entre los que se encontraban Labruna, Sívori, Rossi y Pedernera, y el suyo era el menos favorecido, ya que no era de la casa y solo tenía el antecedente de su pasado como pilar del mediocampo del equipo ganador de los años 50. Arribó a mediados de 1972 portando un mensaje rotundo: Es la hora de ganar. Borraba con su llegada los atisbos renovadores que habían marcado la etapa de Didí, cesado de su cargo a principios de ese año en desmedro del interinato de Osvaldo Diez. De todas formas, privilegió los elementos de la casa, tanto que de los 11 titulares de su formación base, 9 eran producto de las inferiores.
Urriolabeitia tuvo en su paso como técnico de River un gran hijo y un gran verdugo. Boca y San Lorenzo respectivamente. A Boca lo venció en los tres partidos que lo enfrentó, dos de ellos con una carga emotiva gigantesca, como lo fueron los dos superclásicos del Nacional 72. 5-4 el primero, el día de su debut oficial, y 3-2 el segundo, por semifinales, ambos en Vélez. Pero San Lorenzo le arruinó la vida y lo empujó a la renuncia. El Ciclón le ganó la final del Nacional 72 en tiempo suplementario 1-0 y lo humilló por la Copa Libertadores del 73 con un doloroso 0-4 en el Monumental, que fue la gota que colmó el vaso de la paciencia.
Murió en su ley. Vino a ganar y no ganó. Sus meses en River fueron intensos. Asentó definitivamente en primera a glorias millonarias como Juan José López, Morete y el Beto Alonso. Mostaza Merlo no tendrá los mejores recuerdos de su paso, ya que le hizo calentar el banco bastante tiempo, suplantado por un uruguayo rustico llamado Jorge Vázquez. La formación del 72 (Perico Pérez; Japonés Pérez, Daulte, Dominichi y Giustozzi. J.J López, Vázquez y Alonso; Mastrángelo, Morete y Más) coronó tardes lujosas a pleno futbol y gol –¿quien se olvida del 7-2 a Independiente?-, pero no fue campeón. Y se sabe, de los perdedores muy pocos se acuerdan.
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