Muy pocos jugadores resumieron tan bien la palabra gol como este mendocino que arrancó su carrera en Atlanta, pero que saltó a la consideración del país futboléro con la banda roja en el pecho. River Plate lo incorporó a comienzos del año 1962. Su llegada fue uno de los tantos intentos por cortar con grandes figuras una sequía que por entonces llevaba 5 años y se extendería por 18.
Luis Artime era un delantero tosco, no muy corpuento, de movimientos rígidos y escasos recursos técnicos. Pero en cambio poseía uno de los mejores olfatos goleadores de toda la historia del fútbol Argentino. No daba ninguna pelota por perdida y tenía el don de la ubicación exacta para pescar la pelota perdida dentro del área rival. En River Plate se cansó de hacer goles. Superó las 70 conquistas en tres años con algún parate obligado por lesión incluido. Por eso llamó la atención que la institución se desprendiera de él, cediéndolo a Independiente, en donde también anotaría goles a montones.
Su carrera siguió inalterable en Palmeiras de Brasil, la selección Argentina y Nacional de Uruguay. En River dejó un gratísimo recuerdo de tardes a puro festejo, pese a que sus temporadas en Núñez no se coronaron con vueltas olímpicas.
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