martes, 26 de junio de 2012

MERCI BEAUCOUP


   El hincha argentino tiene dos características que lo resaltan sobre los demás. La mente podrida y el ojo entrenado. La noticia de la llegada de Trezeguet a principios de año disparó inmediatamente el comentario de “je, está todo roto, viene a robar” al amparo de los últimos antecedentes de descenso en España y 3 partidos en 6 meses en la liga de los Emiratos. Pero bastó verlo unos minutos en el verano, un par de toques de primera, una definición ante Racing, para comprender que en cancha había un tipo especial, dotado de un nivel distinto, ubicado, comprometido, predispuesto a la humildad, al que solo la incógnita de su estado físico, se interponía en una ilusión que tenía muchos fundamentos.
   Ahora resulta fácil preguntarse si hubiera ascendido River Plate si a mitad de temporada no hubiera llegado Trezeguet. Pregunta inútil, pregunta inquietante, pregunta sin respuesta. A la luz de los hechos es tentador decir que “no”, aunque cualquier afirmación siempre chocará contra la barrera de lo improbable. Si pudo haber otro jugador en lugar de David en el sitio y en el momento de sus goles claves (A Instituto, a Jujuy, a Ferro, a Defensa, a Almirante Brown) es jugar en una tómbola sin sentido donde la hilera de causas, consecuencias y casualidades puede resultar interminable. Lo importante es que estuvo. Listo, a otra cosa.
   Demostró tener la banda roja pintada. No por sus declaraciones de fanatismo y sueño cumplido de la previa, no por el gesto folclórico de golpearse el corazón tras cada gol convertido. Lo demostró por llevar a cada paso el legendario estilo de la escuela millonaria. Esa estirpe de alta clase, lo elegante, cierta indolencia, la gracia en los movimientos, la belleza en los pequeños detalles, el poder de simplificar la dificultad, la contundencia para el golpe, el poder de seducir muchedumbres sin recurrir a bajas artes. Pero no solo eso. Trezeguet mostró en estos seis meses ser una figura a la que River debería invitar a quedarse a vivir en Núñez. Hoy resulta desproporcionado imaginarlo, pero cuando ya sea un ex, sería un pecado desaprovechar esa experiencia, ese bagaje, esa influencia positiva, esa expresión ubicada y componedora que vimos imponerse con tanta fuerza en los tramos más caldeados de esta historia del ascenso.
   Llevaré en silencio la humilde medalla moral de haber confiado desde el primer minuto en el acierto de su compra. Pero más que nada guardaré en el corazón hasta el fin de mis tiempos los recuerdos de sus goles de escalofrío, que inyectaron morfina hasta sanar una herida que –con el paso de los partidos- parecía incurable.
   Seguramente nunca vaya a leer esto, Señor David Trezeguet. De todas formas no hará falta que yo ni nadie le exprese a viva voz el eterno agradecimiento que todo el mundo River le tendrá a su figura. La historia se lo hará saber a cada instante hasta el día en que se muera.

6 comentarios:

Centrojas dijo...

un rey que nos cayo del cielo

pelotín dijo...

Jugadores como Trezeguet te ahorran tener que pensar miles de atenuantes sobre el flojo rendimiento de jugadores, digamos, como Archubi. La naturalidad con la que juegan muy bien los Trezeguet, en las condiciones que sean (edad, no familiaridad con el medio, momento de su trayectoria, desconocimiento del país, etc.), muestra que el fútbol es sencillo: es de los buenos jugadores.
Ojalá volvamos a tener jugadores como él, a los que no tenemos que justificar en nuestras cabezas cuando vemos lo mal que juegan pero imaginamos lo bien que podrían andar si...

Marmaduke/Eddie/Matt dijo...

He leído muchos comentarios sobre la llegada de Trezeguet a River. Este es el más hermoso, el más expresivo.
Eddie

sergio dijo...

Yo también, humildemente, creí desde el principio en lo positivo de su llegada.
Buenisimo el comentario.
Abrazos para todos!!!!

roberto dijo...

ojala cumpla y se quede varios años en River , es un ejemplo para los pibes de las inferiores. Gracias DAVID!!!!!!!

Anónimo dijo...

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