A veces uno se da cuenta de la real importancia de las cosas en la ausencia de ellas, y generalmente esa revelación sucede cuando el daño es irreparable. Que hoy en día el Ingeniero Pellegrini sea uno de los profesionales mas destacados de la Liga de Fútbol de España supone dos cosas. Un gran orgullo para River por haberlo contratado alguna vez, y un buen tirón de orejas para los muchos que le faltaron el respeto cuando la mano venía torcida.
Manuel Pellegrini arribó a River Plate a mediados del año 2002. Tenía entre manos una empresa demasiado difícil: Reemplazar sin que se note a Ramón Díaz. José María Aguilar había realizado una apuesta jugada sacando del cargo al ídolo de la gente y trayendo a un entrenador chileno, de gran campaña en San Lorenzo, pero con nulo conocimiento del mundo River.
Pagó ese precio desde el comienzo de su administración. Cuando se acomodó al sentir de la bestia millonaria armó un equipo que fue campeón, con varias de las cosas que el hincha le reclama siempre a los equipos campeones de la banda roja. Consolidó en primera a varios pibes que hoy son estrellas, como Cavenaghi, D’allesandro, Costanzo, Guille Pereyra, Hachita Ludueña o Demichelis. Pero Pellegrini era un tipo de perfil bajo y palabras medidas, jamás buscó con el discurso ganarse el aplauso del público, y ese escaso carisma le jugó en contra en el momento del final.
Fue jugador de la Universidad de Chile toda su vida. También fue técnico de la U, equipo con el que perdió la categoría. Recuperó su andar tanto en la Universidad Católica de su país como en la Liga de Quito, donde fue campeón. En San Lorenzo de Almagro se lo recuerda por sus títulos en el Clausura 2001 como en la MERCOSUR de ese año. Su paso por River fue ajetreado. Ganó el Clausura 2003, pero perdió la final de la Sudamericana ante el ignoto Cienciano de Cuzco, un equipo en estado de gracia que se aprovechó de la gran cantidad de lesiones que poseía River en esos días.
Se fue a finales de 2003 como llegó: Humildemente. Su gran campaña en Villareal de España no solo que lo prestigia ante el mundo del fútbol, sino que lo reivindica ante gran parte de la crítica de nuestro país.
Manuel Pellegrini arribó a River Plate a mediados del año 2002. Tenía entre manos una empresa demasiado difícil: Reemplazar sin que se note a Ramón Díaz. José María Aguilar había realizado una apuesta jugada sacando del cargo al ídolo de la gente y trayendo a un entrenador chileno, de gran campaña en San Lorenzo, pero con nulo conocimiento del mundo River.
Pagó ese precio desde el comienzo de su administración. Cuando se acomodó al sentir de la bestia millonaria armó un equipo que fue campeón, con varias de las cosas que el hincha le reclama siempre a los equipos campeones de la banda roja. Consolidó en primera a varios pibes que hoy son estrellas, como Cavenaghi, D’allesandro, Costanzo, Guille Pereyra, Hachita Ludueña o Demichelis. Pero Pellegrini era un tipo de perfil bajo y palabras medidas, jamás buscó con el discurso ganarse el aplauso del público, y ese escaso carisma le jugó en contra en el momento del final.
Fue jugador de la Universidad de Chile toda su vida. También fue técnico de la U, equipo con el que perdió la categoría. Recuperó su andar tanto en la Universidad Católica de su país como en la Liga de Quito, donde fue campeón. En San Lorenzo de Almagro se lo recuerda por sus títulos en el Clausura 2001 como en la MERCOSUR de ese año. Su paso por River fue ajetreado. Ganó el Clausura 2003, pero perdió la final de la Sudamericana ante el ignoto Cienciano de Cuzco, un equipo en estado de gracia que se aprovechó de la gran cantidad de lesiones que poseía River en esos días.
Se fue a finales de 2003 como llegó: Humildemente. Su gran campaña en Villareal de España no solo que lo prestigia ante el mundo del fútbol, sino que lo reivindica ante gran parte de la crítica de nuestro país.
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