La voz rabiosa de Liberti todavía retumba en el vestuario del Estadio Nacional de Santiago, como un eco lúgubre e interminable. “Este partido lo perdió Renato Cesarini” bramaba ante los micrófonos. Algunos minutos antes acababa de ocurrir una de las derrotas mas inexplicables en la historia de River. A lo lejos se escuchaba el festejo loco de los uruguayos de Peñarol en el vestidor contiguo, y el argumento burdo y desesperado del viejo patriarca, era un intento vano de ponerle fin a una noche aciaga, tajo profundo y recién abierto de una herida que aún no ha sanado.
Dijo Panzeri que el fútbol es la dinámica de lo impensado. Esa frase es el mejor argumento para explicar el 4-2 con que Peñarol venció a River en el juego desempate de la Copa Libertadores de 1966. Pero en los dominios del mito habitan todavía algunas explicaciones mas “terrenales” para comprender semejante debacle en aquella helada tarde noche trasandina.
Se sabe que River ganaba 2-0 al término del primer tiempo con dos impactos en 5 minutos para el KO (Tito Onega a los 37 e Indio Solari a los 42). Más tarde, la reacción carbonera con conquistas de Alberto Spencer y el Pardo Abbadie, para dar paso al suplementario y los goles finales de Spencer y el peruano Joya. La prensa oriental, tan afecta a la cosa mística y el derroche de hombría y heroísmo, adivinó ver la reacción luego de que Amadeo Carrizo, hiriera el orgullo de los jugadores carboneros, conteniendo un remate con su pecho. Eso es falso. O, por lo menos, improbable. Amadeo atajó de esa forma durante 25 años. De ser así, River debió perder todos sus partidos en ese período de tiempo, o sus adversarios fueron todos unos pecho fríos.
Muchos testigos de aquel encuentro, piensan que las verdaderas explicaciones de la derrota hay que buscarlas en el banco de suplentes. Y para ello hay que tener en cuenta un detalle fundamental. Con el partido en ventaja, Nicha Saínz –defensor/volante de River- se lesiona y debe abandonar el cotejo. Renato Cesarini mueve el banco inmediatamente y sorprende a todos. Manda a la cancha a Juan Carlos Lallana (Nº9), haciendo retroceder a Ermindo Onega (que era 10) a la posición de Saínz. Los detractores de Cesarini –un viejo tan sabio como altanero- le cargaron inmediatamente las culpas de la derrota al suponer que el DT vio fácil el partido y quiso cubrirse de gloria ganando la final con una goleada. Esa fue la versión que daba vueltas por la cabeza de Liberti en el momento de aquella crispada explicación.
Los detractores de Renato jamás dieron por cierta la otra versión de la misma historia. Aquella que dice que en el vértigo de aquella modificación que no estaba en los planes, Cesarini miró al banco y llamó al único volante defensivo que tenia a mano, Daniel Bayo, y que recibió un rotundo "no" como respuesta, porque esa no era su posición ideal.
Inconsciencias o arrugadas al margen, lo cierto es que con un equipo con nulo poder de contención (7 para atacar: Cubilla, Daniel y Ermindo Onega, Lallana, Sarnari, Solari, Más y 3 para defender: Grispo, Viéytez y Matosas), River sucumbió ante un Peñarol entonado por el descuento y el posterior empate. Destrozado anímicamente, el cuadro afrontó el alargue con la necesidad de ganar si o si, ya que Peñarol había ganado la ida 2-0 y River la vuelta 3-2. Fue ciego, pero recibió dos estocadas mortales de contra.
Don Cesarini nunca dijo nada y se llevó, si existió, ese secreto a la tumba. Al tiempito de esa final renunció. Daniel Bayo siguió jugando en River un año y medio más, como si nada hubiera pasado. Aquella noche nació el apodo de gallinas que dura hasta nuestros días, aunque el lastre de ese mote ya ni siquiera molesta. Luego de decenas de infructuosos intentos, River ganaría la Libertadores en el año 86. 20 años, 5 meses y 9 días después de aquella –aún- inexplicable jornada de Santiago de Chile.
Dijo Panzeri que el fútbol es la dinámica de lo impensado. Esa frase es el mejor argumento para explicar el 4-2 con que Peñarol venció a River en el juego desempate de la Copa Libertadores de 1966. Pero en los dominios del mito habitan todavía algunas explicaciones mas “terrenales” para comprender semejante debacle en aquella helada tarde noche trasandina.
Se sabe que River ganaba 2-0 al término del primer tiempo con dos impactos en 5 minutos para el KO (Tito Onega a los 37 e Indio Solari a los 42). Más tarde, la reacción carbonera con conquistas de Alberto Spencer y el Pardo Abbadie, para dar paso al suplementario y los goles finales de Spencer y el peruano Joya. La prensa oriental, tan afecta a la cosa mística y el derroche de hombría y heroísmo, adivinó ver la reacción luego de que Amadeo Carrizo, hiriera el orgullo de los jugadores carboneros, conteniendo un remate con su pecho. Eso es falso. O, por lo menos, improbable. Amadeo atajó de esa forma durante 25 años. De ser así, River debió perder todos sus partidos en ese período de tiempo, o sus adversarios fueron todos unos pecho fríos.
Muchos testigos de aquel encuentro, piensan que las verdaderas explicaciones de la derrota hay que buscarlas en el banco de suplentes. Y para ello hay que tener en cuenta un detalle fundamental. Con el partido en ventaja, Nicha Saínz –defensor/volante de River- se lesiona y debe abandonar el cotejo. Renato Cesarini mueve el banco inmediatamente y sorprende a todos. Manda a la cancha a Juan Carlos Lallana (Nº9), haciendo retroceder a Ermindo Onega (que era 10) a la posición de Saínz. Los detractores de Cesarini –un viejo tan sabio como altanero- le cargaron inmediatamente las culpas de la derrota al suponer que el DT vio fácil el partido y quiso cubrirse de gloria ganando la final con una goleada. Esa fue la versión que daba vueltas por la cabeza de Liberti en el momento de aquella crispada explicación.
Los detractores de Renato jamás dieron por cierta la otra versión de la misma historia. Aquella que dice que en el vértigo de aquella modificación que no estaba en los planes, Cesarini miró al banco y llamó al único volante defensivo que tenia a mano, Daniel Bayo, y que recibió un rotundo "no" como respuesta, porque esa no era su posición ideal.
Inconsciencias o arrugadas al margen, lo cierto es que con un equipo con nulo poder de contención (7 para atacar: Cubilla, Daniel y Ermindo Onega, Lallana, Sarnari, Solari, Más y 3 para defender: Grispo, Viéytez y Matosas), River sucumbió ante un Peñarol entonado por el descuento y el posterior empate. Destrozado anímicamente, el cuadro afrontó el alargue con la necesidad de ganar si o si, ya que Peñarol había ganado la ida 2-0 y River la vuelta 3-2. Fue ciego, pero recibió dos estocadas mortales de contra.
Don Cesarini nunca dijo nada y se llevó, si existió, ese secreto a la tumba. Al tiempito de esa final renunció. Daniel Bayo siguió jugando en River un año y medio más, como si nada hubiera pasado. Aquella noche nació el apodo de gallinas que dura hasta nuestros días, aunque el lastre de ese mote ya ni siquiera molesta. Luego de decenas de infructuosos intentos, River ganaría la Libertadores en el año 86. 20 años, 5 meses y 9 días después de aquella –aún- inexplicable jornada de Santiago de Chile.
3 comentarios:
Es verdad Adrián aunque inexplicable el fútbol tiene esas cosas pero quien le puede quitarle méritos a un grande como Renato Cesarini por haber perdido un partido de fútbol ...?? y cuantos ganó ? Como otros hechos destacables me gustaría mencionar que esas finales a tres partidos se jugaron en 8 días y que al igual que en el 76 el equipo tuvo una ausencia muy notoria e importante en la final.A ese equipo del 66 por cierto ultra ofensivo le faltó su zaguero central Juan Carlos Guzmán , lesionado en el segundo encuentro pero repasando las formaciones del primer y segundo encuentro , las formaciones de ataque fueron casi similares con Cubilla , E.Onega (Loayza ) , Sarnari , Daniel Onega y el Pinino Mas , el tema es que a Solari lo hacía jugar de 5 cuando ese no era su puesto habitual en partidos que tenía que ganar y a Daniel Bayo cuando jugaba a defender más el resultado. Por lo tanto en su cabeza Cesarini tenía la idea de ganar atacando y ahí está la respuesta de porque no llevó defensores en el banco para cubrir el puesto del lesionado Guzmán , seguramente la respuesta es simple le tenía mucha confianza a que el equipo atancando iba a obtener mejores resultados que defendiendose .( me viene a la mente esa frase de Menotti que no hay mejor defensa que un buen ataque ) entonces que le podemos reprochar al viejo Cesarini ?? que los delanteros no conviertan más goles ?? o que con un defensor más seguramente Peñarol no nos ganaba ?? Nada de eso es seguro lo que es seguro es que se perdió dignamente contra un adversario muy difícil como Peñarol que había ganado las copas del 60 y el 61 y que en semifinales eliminamos al doble campeón de América Independiente . Eso vale también .
La derrota mas dolorosa de la historia de River... hasta el 8 de marzo de 2008
Por fin se termino ese infierno. Este fin de año brindemos por un River emergente, que integre a todos sus miembros, y que salga a flote como institución y equipo.
Saludos a todos los Riverplatenses!
Blog Millonario.
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