Esta es la historia de la Reina Morocha. Obra de la gracia, o tal vez la casualidad, o a lo mejor del destino. Vino pululando libre como un papel, al que la nave invisible del viento arrimó a las canchas de polvo que circundan el Monumental. Allí germinó fecundo ese milagro llamado Gabriela, con el misterio en su mirada niña, con el carnaval en su sonrisa simple, con un girasol en las manos apto para trazar los arcoiris mas fulgurantes.
Esta es la alegoría de la monarca más humilde. Melena azabache, flaca de carácter tierno que desmentía en cada gesto su origen de niña bien. Delgada como un poste, martillaba tardes enteras una pelotita contra el frontón hasta que lo evidente se volvió inexorable. Tenía destino de crack, era un prodigio de talento innato, y que hacía inútil cualquier intento profesional de corrección de estilo. Ya lo traía de fábrica.
El tenis de Gaby era casi perfecto. Esbelta y estética, se desplazaba por el court con gracia, como si la llevaran volando bajito decenas de colibríes aferrados a sus hombros. Manejaba efectos y velocidades con admirable maestría, su juego de red era felino e inspirado, y su revés la combinación mejor lograda de elegancia y efectividad. Contrarrestaba así un servicio discreto que varias veces la dejó pagando, y una mentalidad firme pero carente del instinto asesino de las grandes campeonas, cosa que -a pesar de esos handicaps mencionados-, Sabatini fue.
Gaby tenía (tiene) cara de buena mina y a la gente le encanta que los buenos les vaya bien. Entonces el mundo se derritió a los pies de su juego y del carisma que regalaba con generosidad y sin esfuerzo, pero a la vez con mucho pudor. Su exuberante belleza latina la erigió en un icono de la feminidad dentro de un circuito que poco a poco comenzaba a transformarse en una turba de muchachas fortachonas, infladas a gimnasio e inyección hormonal.
Nacida el 16 de mayo del 1970. Hija de Osvaldo y Beatriz, hermana del Ova. Hincha confesa de la banda. Se hizo profesional a los 15 y enseguida armó un zafarrancho bárbaro en Roland Garros, cuando llegó a semifinales y tuvo que venir la veterana Chris Evert para poner las cosas en orden. Fue alta protagonista de una época irrepetible del tenis de mujeres. Sus duelos con Graff, Seles, Navratilova, etc, son inolvidables e irrepetibles. Llegó varias veces al cielo, y su cielo –paradójicamente- siempre estuvo en Nueva York. Allí ganó 2 Masters, en 1988 ante Pam Shriver y en 1994 sobre Linsay Davenport. En 1990 dejó al mundo boquiabierto cuando venció a Steffi en la final del US Open.
Ganó 632 partidos, perdió 189. Triunfó en 24 torneos (las glorias contemporanas como Nalbandian, Del Potro, Gaudio, Coria apenas han podido superar los 10). Venció en Miami, Roma, Amelia Island, Boca Ratón, Hilton Head. Filderstad, Brighton, Sydney, Tokio, Buenos Aires. Se colgó la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Seúl. Fue además una gran doblista y, junto a Mecha Paz, Martina Navratilova, Steffi Graff y Brenda Schultz, sumó 12 campeonatos más a su currículum, incluidos Wimbledon y el Abierto de los Estados Unidos. Acumuló bien ganada una fortuna 8 millones de dólares en premios y se retiró antes de los 30, pidiendo que no nos sintamos tristes, porque ella estaba feliz.
Dijeron tantas cosas y ella nunca respondió. Agretas criticólogos que le buscaban el pelo al huevo, incluso hasta en lo único indiscutible de su juego: El talento. En sus constantes exigencias se les pasó su esplendor. No la disfrutaron y hoy la extrañan. Sabatini fue consecuente con su mente y llegó hasta donde tenía que llegar. Tal vez el exitismo que nos domina no le perdone que no haya llegado nunca al número 1 del mundo, cosa que habría ocurrido si hubiese podido manejar esa volea para match point que tuvo en la final de Wimbledon del 91 ante Graff. Pero ante tanta magia mostrada, eso –apenas-, pasa a ser un detalle de color.
Hoy anda ocupada con su línea de perfumes, su anónima caridad, y sus viajes por el mundo disfrutando lo que no pudo cuando niña y adolescente. Muy de tanto en tanto aparece en alguna cancha o en alguna nota y su luz encandila, dejando todo lo demás en un plano secundario. Le basta apenas una sonrisa vergonzosa y unas pocas palabras robadas a la timidez para renovar el eterno encanto. Es que la Reina morocha (o la mejor deportista mujer de la historia de nuestro país) sigue tan vigente como siempre.
Esta es la alegoría de la monarca más humilde. Melena azabache, flaca de carácter tierno que desmentía en cada gesto su origen de niña bien. Delgada como un poste, martillaba tardes enteras una pelotita contra el frontón hasta que lo evidente se volvió inexorable. Tenía destino de crack, era un prodigio de talento innato, y que hacía inútil cualquier intento profesional de corrección de estilo. Ya lo traía de fábrica.
El tenis de Gaby era casi perfecto. Esbelta y estética, se desplazaba por el court con gracia, como si la llevaran volando bajito decenas de colibríes aferrados a sus hombros. Manejaba efectos y velocidades con admirable maestría, su juego de red era felino e inspirado, y su revés la combinación mejor lograda de elegancia y efectividad. Contrarrestaba así un servicio discreto que varias veces la dejó pagando, y una mentalidad firme pero carente del instinto asesino de las grandes campeonas, cosa que -a pesar de esos handicaps mencionados-, Sabatini fue.
Gaby tenía (tiene) cara de buena mina y a la gente le encanta que los buenos les vaya bien. Entonces el mundo se derritió a los pies de su juego y del carisma que regalaba con generosidad y sin esfuerzo, pero a la vez con mucho pudor. Su exuberante belleza latina la erigió en un icono de la feminidad dentro de un circuito que poco a poco comenzaba a transformarse en una turba de muchachas fortachonas, infladas a gimnasio e inyección hormonal.
Nacida el 16 de mayo del 1970. Hija de Osvaldo y Beatriz, hermana del Ova. Hincha confesa de la banda. Se hizo profesional a los 15 y enseguida armó un zafarrancho bárbaro en Roland Garros, cuando llegó a semifinales y tuvo que venir la veterana Chris Evert para poner las cosas en orden. Fue alta protagonista de una época irrepetible del tenis de mujeres. Sus duelos con Graff, Seles, Navratilova, etc, son inolvidables e irrepetibles. Llegó varias veces al cielo, y su cielo –paradójicamente- siempre estuvo en Nueva York. Allí ganó 2 Masters, en 1988 ante Pam Shriver y en 1994 sobre Linsay Davenport. En 1990 dejó al mundo boquiabierto cuando venció a Steffi en la final del US Open.
Ganó 632 partidos, perdió 189. Triunfó en 24 torneos (las glorias contemporanas como Nalbandian, Del Potro, Gaudio, Coria apenas han podido superar los 10). Venció en Miami, Roma, Amelia Island, Boca Ratón, Hilton Head. Filderstad, Brighton, Sydney, Tokio, Buenos Aires. Se colgó la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Seúl. Fue además una gran doblista y, junto a Mecha Paz, Martina Navratilova, Steffi Graff y Brenda Schultz, sumó 12 campeonatos más a su currículum, incluidos Wimbledon y el Abierto de los Estados Unidos. Acumuló bien ganada una fortuna 8 millones de dólares en premios y se retiró antes de los 30, pidiendo que no nos sintamos tristes, porque ella estaba feliz.
Dijeron tantas cosas y ella nunca respondió. Agretas criticólogos que le buscaban el pelo al huevo, incluso hasta en lo único indiscutible de su juego: El talento. En sus constantes exigencias se les pasó su esplendor. No la disfrutaron y hoy la extrañan. Sabatini fue consecuente con su mente y llegó hasta donde tenía que llegar. Tal vez el exitismo que nos domina no le perdone que no haya llegado nunca al número 1 del mundo, cosa que habría ocurrido si hubiese podido manejar esa volea para match point que tuvo en la final de Wimbledon del 91 ante Graff. Pero ante tanta magia mostrada, eso –apenas-, pasa a ser un detalle de color.
Hoy anda ocupada con su línea de perfumes, su anónima caridad, y sus viajes por el mundo disfrutando lo que no pudo cuando niña y adolescente. Muy de tanto en tanto aparece en alguna cancha o en alguna nota y su luz encandila, dejando todo lo demás en un plano secundario. Le basta apenas una sonrisa vergonzosa y unas pocas palabras robadas a la timidez para renovar el eterno encanto. Es que la Reina morocha (o la mejor deportista mujer de la historia de nuestro país) sigue tan vigente como siempre.
6 comentarios:
La única vez que la vi llorar por una derrota fue luego de la final de Seul ´88 contra Steffi Graf por la medalla de oro. Eso dice muchísimo, en ese torneo no hay premio de dinero ni puntos en el ranking, solamente se disputa la gloria deportiva representando a tu país.
Gracias por este muy lindo recuerdo Adrian ..si hay algún deportista que quiere todo el mundo esa es la Gaby .
Una grande GABRIELA,fui seguidor de prácticamente de toda su campaña.
Lastima que cuando tenia a Steffi Graff enfrente, me parece que se apichonaba, palabras mas, palabras menos...
Igual, bueno el homenaje.
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