Final Supercopa 1991 - 20/11/91.
¿Cuál es la diferencia entre lo inolvidable y lo tristemente célebre?. El lugar de la vereda en la que se está cuando lo referido ocurre. River tuvo varias noches negras, pero la del 20 de noviembre del 91 todavía pica y es una mancha que no saldrá mas de nuestras mejores ropas.
Final de vuelta de la Supercopa. Estadio Gobernador Magalhães Pinto. El famoso Mineirao. Un colosal cilindro de hormigón que esa noche hierve y brama como pocas veces. Hay 100.000 tipos como un mar enfurecido de cabecitas. Las banderas se agitan, el calor molesta, la humedad se pega, el humo de La pirotecnia se estanca sobre el campo de juego y le da al estadio el aspecto de una gigantesca olla a presión.
7 días antes, en la tardía primavera porteña, River saca una tranquilizadora ventaja de 2-0 ante un rival para nada extraordinario. Es un viaje cargado de ilusión y optimismo, palanqueado por el buen presente del equipo no solo en la Supercopa sino también en el Apertura casero. Pero ahora, en el intenso calor industrial de la populosa Belo Horizonte, todo indicio de festejo se esfumará dramáticamente con el correr de los minutos de un partido imborrable.
Desde el vamos es otro Cruzeiro. 11 camisetas azules que viajan a la velocidad de la luz. 11 tipos enchufados, y absolutamente distintos a los tímidos futbolistas que se habían asomado al Monumental en el juego de ida. Les da brío el empuje de su torcida y la certeza de que están jugando para quedar en la historia. Pero, también desde el vamos, River es otro. Passarella construyó ese equipo en base a la presión de los volantes y la salida rápida con los delanteros. Esa noche el plan no funcionó por algo muy sencillo: River nunca tuvo la pelota. Los pac-man no podían con sus físicos y almas, arrastrándose en un terreno con el césped hasta los tobillos. Porque Gordillo y Enrique llegaban tarde a los cierres en una estancia de 110 x 80 que ofrecía siempre enormes espacios a sus espaldas. Porque Rivarola e Higuaín nunca encontraron a 3 delanteros picantes, que bajaban hasta el centro del campo para armar juego y encarar con pelota dominada. Porque Ramón y el Mencho quedaban allá, muy lejos de todo, aislados, deglutidos por los zagueros locales.
Fue cotejo fue una tortura china, una lenta demolición. Cruzeiro destapó sus figuras. Charles (9, hábil y veloz) recibía de espaldas, tocaba de primera, encaraba y pasaba. Tilico (7, talentoso, corpulento) la bajaba de pecho, giraba, encaraba y pasaba. Boiadeiro (8, medias bajas, gran despliegue) tiraba paredes en su banda, encaraba y pasaba. Ademir (5, un Marangoni mineiro) repartía juego con la cabeza levantada, picaba, encaraba y pasaba. En el primer tiempo Cruzeiro generó 13 situaciones claras de gol. 13. Solo acertó una con un cabezazo de Ademir en el primer palo.
Esa noche, el Flaco Comizzo atajó todo lo posible y hasta lo imposible también. Pero la derrota era una fruta madura a punto de caer del árbol. A los 7 del complemento Tilico desvió un centro de Macalé y estableció el segundo. Era el comienzo del fin. El mismo Tilico, tras un jugadón de Charles puso el tercero a los 33. A esa altura nadie estaba sorprendido.
Comizzo; Gordillo, Higuaín, Rivarola y Enrique; Zapata, Astrada, Hernán Díaz y Borrelli; Medina Bello y Ramón Díaz, luego Toresani y Berti, jugaron por River. Paulo Cesar; Nonato, Paulao, Adilson y Celio Lucio; Boiadeiro, Ademir, Luis Fernando y Marquinhos; Tilico y Charles, luego Macalé y Paulinho, lo hicieron por Cruzeiro. Arbitró el chileno Hernán Silva.
A los 21 del complemento, entre tanto baile, una luz de esperanza se encendió para River. 0-2 abajo, en un ataque aislado, Ramón Díaz quedó mano a mano con Paulo Cesar, pero su remate salió fuerte y al cuerpo del golero brasileño. Definitivamente el tren había pasado.
Final de vuelta de la Supercopa. Estadio Gobernador Magalhães Pinto. El famoso Mineirao. Un colosal cilindro de hormigón que esa noche hierve y brama como pocas veces. Hay 100.000 tipos como un mar enfurecido de cabecitas. Las banderas se agitan, el calor molesta, la humedad se pega, el humo de La pirotecnia se estanca sobre el campo de juego y le da al estadio el aspecto de una gigantesca olla a presión.
7 días antes, en la tardía primavera porteña, River saca una tranquilizadora ventaja de 2-0 ante un rival para nada extraordinario. Es un viaje cargado de ilusión y optimismo, palanqueado por el buen presente del equipo no solo en la Supercopa sino también en el Apertura casero. Pero ahora, en el intenso calor industrial de la populosa Belo Horizonte, todo indicio de festejo se esfumará dramáticamente con el correr de los minutos de un partido imborrable.
Desde el vamos es otro Cruzeiro. 11 camisetas azules que viajan a la velocidad de la luz. 11 tipos enchufados, y absolutamente distintos a los tímidos futbolistas que se habían asomado al Monumental en el juego de ida. Les da brío el empuje de su torcida y la certeza de que están jugando para quedar en la historia. Pero, también desde el vamos, River es otro. Passarella construyó ese equipo en base a la presión de los volantes y la salida rápida con los delanteros. Esa noche el plan no funcionó por algo muy sencillo: River nunca tuvo la pelota. Los pac-man no podían con sus físicos y almas, arrastrándose en un terreno con el césped hasta los tobillos. Porque Gordillo y Enrique llegaban tarde a los cierres en una estancia de 110 x 80 que ofrecía siempre enormes espacios a sus espaldas. Porque Rivarola e Higuaín nunca encontraron a 3 delanteros picantes, que bajaban hasta el centro del campo para armar juego y encarar con pelota dominada. Porque Ramón y el Mencho quedaban allá, muy lejos de todo, aislados, deglutidos por los zagueros locales.
Fue cotejo fue una tortura china, una lenta demolición. Cruzeiro destapó sus figuras. Charles (9, hábil y veloz) recibía de espaldas, tocaba de primera, encaraba y pasaba. Tilico (7, talentoso, corpulento) la bajaba de pecho, giraba, encaraba y pasaba. Boiadeiro (8, medias bajas, gran despliegue) tiraba paredes en su banda, encaraba y pasaba. Ademir (5, un Marangoni mineiro) repartía juego con la cabeza levantada, picaba, encaraba y pasaba. En el primer tiempo Cruzeiro generó 13 situaciones claras de gol. 13. Solo acertó una con un cabezazo de Ademir en el primer palo.
Esa noche, el Flaco Comizzo atajó todo lo posible y hasta lo imposible también. Pero la derrota era una fruta madura a punto de caer del árbol. A los 7 del complemento Tilico desvió un centro de Macalé y estableció el segundo. Era el comienzo del fin. El mismo Tilico, tras un jugadón de Charles puso el tercero a los 33. A esa altura nadie estaba sorprendido.
Comizzo; Gordillo, Higuaín, Rivarola y Enrique; Zapata, Astrada, Hernán Díaz y Borrelli; Medina Bello y Ramón Díaz, luego Toresani y Berti, jugaron por River. Paulo Cesar; Nonato, Paulao, Adilson y Celio Lucio; Boiadeiro, Ademir, Luis Fernando y Marquinhos; Tilico y Charles, luego Macalé y Paulinho, lo hicieron por Cruzeiro. Arbitró el chileno Hernán Silva.
A los 21 del complemento, entre tanto baile, una luz de esperanza se encendió para River. 0-2 abajo, en un ataque aislado, Ramón Díaz quedó mano a mano con Paulo Cesar, pero su remate salió fuerte y al cuerpo del golero brasileño. Definitivamente el tren había pasado.
2 comentarios:
Uno de los días más tristes que recuerde...
Lo que atajó Comizzo,,,y uno que la rompió fue Charles,,que fuera comprado por Maradona para colocarlo en Boca.
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