El diálogo que se transcribe a continuación ocurrió la tarde del domingo 6 de Julio de 1980 en el banco de suplentes del estadio José Amalfitani de Vélez Sarsfield. Palabras más palabras menos, sucedió así:
-“Tala!, ¿Cuánto falta?”.
-“ehhhh… 20 mas o menos”
-“ ah, avisame cuando queden 15”
5 minutos mas tarde, una nueva charla entre los mismo protagonistas.
-“¿Cuánto falta, Tala?.
- “13”
-“Hermano, no te dije que me avises cuando falten 15”.
Tala es Rodolfo Talamonti, el histórico ayudante de campo de Ángel Labruna, y el inquisidor horario es el uruguayo Juan Ramón Carrasco, suplente de River esa tarde en la que el Millonario venció con gol de Passarella 1-0 a Vélez Sarsfield por el Metropolitano del 80. Luego de esa charla se produciría la historia por todos conocida: Carrasco levantándose del banquillo y enfilando hacia del túnel masticando y escupiendo insultos, la caminata a la vera de la línea de cal, la ovación de una tribuna confiada en que se produciría su ingreso, su desaparición final en el túnel visitante, en la que sería su última imagen como futbolista de River.
Figura precoz del fútbol del paisito, Carrasco había llegado a Núñez a principios de 1979, proveniente de Nacional de Montevideo. A los 23 años de edad, el oriental era un muchacho complicado. Sanguíneo, frontal, porfiado y sin pelos en la lengua. Se ganó rápidamente la simpatía de la masa millonaria por una verdad irrefutable: Carrasco era un formidable futbolista. Un crack talentoso y rebelde. Gambeteaba para adelante, le pegaba como los dioses y ostentaba una personalidad arrolladora. Pero en River, su camino al estrellato tuvo un único e insalvable escollo. Norberto Alonso. Juan Ramón sabía que mientras el Beto estuviera en el plantel, estaba condenado a ser su suplente. Eso no le gustaba nada y se lo hacía saber a Labruna cada vez que podía, incluso, superando los límites del respeto. Tanto que, tiempo después, Angelito confesó en una entrevista que Carrasco había sido el único jugador que lo decepcionó.
Sus repetidas actitudes caprichosas y egoístas no caían nada bien en un plantel absolutamente identificado con la figura del Feo. Una noche ante Atlético Chalaco de Perú, por la Copa Libertadores, estaba por ejecutar un corner cuando vio que lo iban a reemplazar por Luque, y allí mismo envió la pelota a la tribuna de un puntazo. Cuando no lo concentraban, se iba el viernes para Montevideo y no volvía a Buenos Aires hasta el martes de la semana siguiente. Fue multado varias veces, se cojudeó con los referentes otras tantas, pero no escarmentó y la historia terminó acabando como tenía que acabar: Mal. Lo que ocurrió esa tarde en Liniers fue la gota que rebalsó el vaso. A mitad de temporada fue vendido a Racing. La dirigencia y el cuerpo técnico aceptaron perder un jugadorazo, con tal de sacarse un problema de encima.
Y ese bendito problema con Carrasco nunca estuvo dentro de la cancha. Allí, aún alternando titularidad, sus goles espectaculares y sus arranques distinguidos fueron vitales para obtener el tricampeonato entre el 79 y 80. Le hizo dos tantos a Boca en un inolvidable 5-2 en la Bombonera. La hinchada lo bancaba y lo pedía de entrada. Pero su orgullo juvenil lo llevaba a tolerar poco eso de ser suplente de Alonso. A la vuelta de una pretemporada en Córdoba dijo “Arreglé con Labruna para jugar al menos 15 minutos por partido y sino que me vendan”. Nadie pensó que lo decía en serio.
-“Tala!, ¿Cuánto falta?”.
-“ehhhh… 20 mas o menos”
-“ ah, avisame cuando queden 15”
5 minutos mas tarde, una nueva charla entre los mismo protagonistas.
-“¿Cuánto falta, Tala?.
- “13”
-“Hermano, no te dije que me avises cuando falten 15”.
Tala es Rodolfo Talamonti, el histórico ayudante de campo de Ángel Labruna, y el inquisidor horario es el uruguayo Juan Ramón Carrasco, suplente de River esa tarde en la que el Millonario venció con gol de Passarella 1-0 a Vélez Sarsfield por el Metropolitano del 80. Luego de esa charla se produciría la historia por todos conocida: Carrasco levantándose del banquillo y enfilando hacia del túnel masticando y escupiendo insultos, la caminata a la vera de la línea de cal, la ovación de una tribuna confiada en que se produciría su ingreso, su desaparición final en el túnel visitante, en la que sería su última imagen como futbolista de River.
Figura precoz del fútbol del paisito, Carrasco había llegado a Núñez a principios de 1979, proveniente de Nacional de Montevideo. A los 23 años de edad, el oriental era un muchacho complicado. Sanguíneo, frontal, porfiado y sin pelos en la lengua. Se ganó rápidamente la simpatía de la masa millonaria por una verdad irrefutable: Carrasco era un formidable futbolista. Un crack talentoso y rebelde. Gambeteaba para adelante, le pegaba como los dioses y ostentaba una personalidad arrolladora. Pero en River, su camino al estrellato tuvo un único e insalvable escollo. Norberto Alonso. Juan Ramón sabía que mientras el Beto estuviera en el plantel, estaba condenado a ser su suplente. Eso no le gustaba nada y se lo hacía saber a Labruna cada vez que podía, incluso, superando los límites del respeto. Tanto que, tiempo después, Angelito confesó en una entrevista que Carrasco había sido el único jugador que lo decepcionó.
Sus repetidas actitudes caprichosas y egoístas no caían nada bien en un plantel absolutamente identificado con la figura del Feo. Una noche ante Atlético Chalaco de Perú, por la Copa Libertadores, estaba por ejecutar un corner cuando vio que lo iban a reemplazar por Luque, y allí mismo envió la pelota a la tribuna de un puntazo. Cuando no lo concentraban, se iba el viernes para Montevideo y no volvía a Buenos Aires hasta el martes de la semana siguiente. Fue multado varias veces, se cojudeó con los referentes otras tantas, pero no escarmentó y la historia terminó acabando como tenía que acabar: Mal. Lo que ocurrió esa tarde en Liniers fue la gota que rebalsó el vaso. A mitad de temporada fue vendido a Racing. La dirigencia y el cuerpo técnico aceptaron perder un jugadorazo, con tal de sacarse un problema de encima.
Y ese bendito problema con Carrasco nunca estuvo dentro de la cancha. Allí, aún alternando titularidad, sus goles espectaculares y sus arranques distinguidos fueron vitales para obtener el tricampeonato entre el 79 y 80. Le hizo dos tantos a Boca en un inolvidable 5-2 en la Bombonera. La hinchada lo bancaba y lo pedía de entrada. Pero su orgullo juvenil lo llevaba a tolerar poco eso de ser suplente de Alonso. A la vuelta de una pretemporada en Córdoba dijo “Arreglé con Labruna para jugar al menos 15 minutos por partido y sino que me vendan”. Nadie pensó que lo decía en serio.
6 comentarios:
Muy buen Post de un gran jugador que llego temprano a River, quizas si venia 3 o 4 años despues (junto con enzo) y que coincidian con los ultimos del Beto hubiera sido otro cantar.
Calidad le sobraba aun asi en racing no anduvo tan bien.
muy buena foto
Grandísimo jugador, pero un cabeza de termo con todas las letras. Aún hoy ya grande, y siendo DT, sigue siéndolo.
A pesar de las alegrías que nos dio (fundamentalmente la goleada en la Bombonera) nunca voy a bancar a estos jugadores individualistas, que piensan mas en sí mismos que en el equipo y el club. River es mucho mas grande que Carrasco.
Menos mal que nunca mas volvió.
Me parece que tambien habia bronca porque Angelito ponia bastante seguido a su hijo Omar y relegaba a Carrasco.Aunque jugaban en puestos distintos creo que eso echaba mas leña al fuego.
Zuttion, eso nunca fue así. La bronca era directamente por el peso que tenía Alonso en River, y que no le permitía ser titular a Carrasco.
Angelito nunca abusó de poner a su hijo, todo lo contrario, lo cual terminaba jugándole en contra a la carrera del propio Omar.
haganle un reportaje a Talamonti, es el jefe de la pension de River, es un grande y sabe todo!!!
Carrasco a pesar de su ego que a veces su propio ego lo termina comiendo, era un gran jugador y como director técnico uno de los mejores, de esos que no tienen miedo a perder, siempre lo querré en mi cuadro.
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