El avión carreteó en la pista. Tomó velocidad y levantó vuelo. Pero cuando parecía que el despegue estaba concretado, algunas turbulencias obligaron a aplazar el vuelo y aterrizar nuevamente.
2008 fue insólito. Increíblemente cambiante. No apto para los corazones frágiles que los millonarios padecemos en los últimos años. Vaivenes, cambios de humor. Grandes alegrías, decepciones enormes. Puterios varios, histeria colectiva, misterios sin resolver ni explicar.
Simeone llegó prometiendo bondades. Jugó su suerte a fichas ganadoras. Fue al frente. En la primera parte de su apuesta la suerte le sonrió. Condujo un cuadro ambicioso, atolondrado pero audaz, que martillaba hasta ganar, incluso hasta cuando no lo merecía.
Amén de los goles de Buonanotte y la aparición de Abelairas, el título del Clausura tuvo en verdad dos grandes responsables. Juan Pablo Carrizo y Ariel Ortega. El arquero fue una muralla insuperable, demostrando que un jugador puede ganar partidos sin hacer goles, y el jujeño espolvoreó con toques de magia momentos de tensión insoportable. De jugadas surgidas de su cabeza nacieron las victorias vitales para la vuelta olímpica.
Pero antes de ese 2-1 a Olimpo, ya habían pasado varias cosas que hicieron temblar el suelo millonario. Cosas que aún no tienen explicación, como el 2-2 ante San Lorenzo por la Copa, en un partido insólito e irrepetible. Eso, sumado a la fea caída ante Boca y la zafada verbal de Oscar Ahumada, amenazaron con tirar por la borda un semestre de expectativas.
Pero el semestre inicial finalmente acabó con felicidad y sepultó una larga espera de cuatro años por campeonar. Era el momento de la esperanza, del relanzamiento, el punto de partida de una nueva etapa.
Pero poco a poco, los eventos fueron mostrando una realidad menos feliz. De movida, un nuevo desliz de Ortega colmó la paciencia del cuerpo técnico hasta provocar su deshonrosa salida al fútbol de la B Nacional. Mas tarde las ventas de Sánchez, Abreu y Juan Pablo Carrizo hirieron de muerte a la base del equipo campeón. Aún así, era imposible imaginar lo que vendría.
Y es aquí muy difícil imaginar el punto en que todo se desbarrancó. Lo cierto es que luego del 2-0 ante Central el equipo se olvidó de cómo ganar. Para esto incidieron la merma en el rendimiento de las figuras del primer semestre (Abelairas, Buonanotte, Ferrari y Villagra, por solo citar algunos casos), el nulo aporte de las contrataciones y la suerte –siempre necesaria- que no hizo en la última parte del año el guiño necesario.
Se volvió a jugar horrible ante Boca y el destino de Simeone quedó atado a la Sudamericana. La gente olvidó la vuelta olímpica y empezó a insultar a discreción, y a veces a destinatarios inocentes, como en lo peores tiempos. Encima, la Copa se volvió a escapar increíblemente en México, con dos errores defensivos, luego de jugar el mejor partido del año.
Sin objetivos a la vista, el Cholo dijo basta y desató un terremoto. La gente lo despidió como se lo merecía y la dirigencia quedó descolocada dentro de un clima de bronca manifiesta y explosión inminente.
El año se va con la sensación de no saber bien donde se está parado. Un año en el que se salió campeón y en el que se salió último. La verdad de la historia la tendrá que resolver Gorosito, llegado a su casa para apagar un incendio, que no se sabe bien donde se originó, pero que arrasó a su paso una ilusión de despegue definitivo. Ese despegue que por ahora está demorado hasta nuevo aviso.
2008 fue insólito. Increíblemente cambiante. No apto para los corazones frágiles que los millonarios padecemos en los últimos años. Vaivenes, cambios de humor. Grandes alegrías, decepciones enormes. Puterios varios, histeria colectiva, misterios sin resolver ni explicar.
Simeone llegó prometiendo bondades. Jugó su suerte a fichas ganadoras. Fue al frente. En la primera parte de su apuesta la suerte le sonrió. Condujo un cuadro ambicioso, atolondrado pero audaz, que martillaba hasta ganar, incluso hasta cuando no lo merecía.
Amén de los goles de Buonanotte y la aparición de Abelairas, el título del Clausura tuvo en verdad dos grandes responsables. Juan Pablo Carrizo y Ariel Ortega. El arquero fue una muralla insuperable, demostrando que un jugador puede ganar partidos sin hacer goles, y el jujeño espolvoreó con toques de magia momentos de tensión insoportable. De jugadas surgidas de su cabeza nacieron las victorias vitales para la vuelta olímpica.
Pero antes de ese 2-1 a Olimpo, ya habían pasado varias cosas que hicieron temblar el suelo millonario. Cosas que aún no tienen explicación, como el 2-2 ante San Lorenzo por la Copa, en un partido insólito e irrepetible. Eso, sumado a la fea caída ante Boca y la zafada verbal de Oscar Ahumada, amenazaron con tirar por la borda un semestre de expectativas.
Pero el semestre inicial finalmente acabó con felicidad y sepultó una larga espera de cuatro años por campeonar. Era el momento de la esperanza, del relanzamiento, el punto de partida de una nueva etapa.
Pero poco a poco, los eventos fueron mostrando una realidad menos feliz. De movida, un nuevo desliz de Ortega colmó la paciencia del cuerpo técnico hasta provocar su deshonrosa salida al fútbol de la B Nacional. Mas tarde las ventas de Sánchez, Abreu y Juan Pablo Carrizo hirieron de muerte a la base del equipo campeón. Aún así, era imposible imaginar lo que vendría.
Y es aquí muy difícil imaginar el punto en que todo se desbarrancó. Lo cierto es que luego del 2-0 ante Central el equipo se olvidó de cómo ganar. Para esto incidieron la merma en el rendimiento de las figuras del primer semestre (Abelairas, Buonanotte, Ferrari y Villagra, por solo citar algunos casos), el nulo aporte de las contrataciones y la suerte –siempre necesaria- que no hizo en la última parte del año el guiño necesario.
Se volvió a jugar horrible ante Boca y el destino de Simeone quedó atado a la Sudamericana. La gente olvidó la vuelta olímpica y empezó a insultar a discreción, y a veces a destinatarios inocentes, como en lo peores tiempos. Encima, la Copa se volvió a escapar increíblemente en México, con dos errores defensivos, luego de jugar el mejor partido del año.
Sin objetivos a la vista, el Cholo dijo basta y desató un terremoto. La gente lo despidió como se lo merecía y la dirigencia quedó descolocada dentro de un clima de bronca manifiesta y explosión inminente.
El año se va con la sensación de no saber bien donde se está parado. Un año en el que se salió campeón y en el que se salió último. La verdad de la historia la tendrá que resolver Gorosito, llegado a su casa para apagar un incendio, que no se sabe bien donde se originó, pero que arrasó a su paso una ilusión de despegue definitivo. Ese despegue que por ahora está demorado hasta nuevo aviso.
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