Metropolitano 1983 - 14/08/83
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La canción se llama
“It’ a heartache”, fue compuesta en el año 1977 e impulsada a la fama por la
voz ronquita de Bonnie Tyler. El folclore tribunero del país convirtió su
melodía en una especie de hit de la bronca cuando los resultados deportivos
resultan esquivos. Su letra está dedicada a los jugadores y al sexo de sus
madres, y habla de poner huevos y de no jugar contra nadie. En 1983 su
potencial incendiario aún no había sido descubierto por la chispa creativa de
algún iluminado barra con beta musical. Si así hubiese sido, el ya clásico
“Jugadoreeee….” No hubiese dejado de atronar en aquellas rabiosas tribunas del
Monumental, la tarde del 14 de agosto de 1983, en ocasión de la 13ª fecha del
Torneo Metropolitano.
Hasta el maldito
2011, ningún hincha de River más o menos leído hubiese dudado en calificar a
1983 como el peor año en la historia institucional de la banda roja. La
decadencia en la que se encontraba sumido el proceso de Aragón Cabrera
arrastraba al Club a una debacle deportiva y económica sin parangón. River
debía mucha plata. River despedazaba su plantel exitoso. River cedía
protagonismo escénico. River asustaba con la posibilidad de descender. Para
colmo de males, cierta cadena de desgracias (Asesinato del barra Alberto Taranto
tras un superclásico en Vélez. Muerte inesperada del ídolo Ángel Labruna en un sanatorio capitalino. Muerte del delantero Oscar Trossero por un aneurisma en
pleno vestuario del Gigante de Arroyito) sumían el ánimo del mundo River dentro
de un pesimismo que fue el verdadero protagonista de toda esa temporada.
Y si como toda
aquella concatenación de mufas no fuese suficiente, la huelga a la que se plegó
el plantel profesional por falta de pago en el arranque del Metro de ese año,
hizo estallar la bronca de un hincha que hasta allí se había mostrado dispuesto
a tragarse todos los sapos posibles para no espesar más un clima demasiado
turbio. Durante el largo mes y medio que duró la protesta, River jugó sus
partidos con elementos de la cuarta y la quinta división, cuyo esfuerzo y
enjundia para inmolarse en la desventaja, no hizo más que exacerbar los ánimos
de los parciales –de por sí ya muy caldeados- contra la postura de los
huelguistas.
Todo se desmadró el
14 de agosto de 1983 ante Newell’s Old Boys de Rosario, día en que los
profesionales volvieron a jugar tras la medida. El Monumental fue un hervidero
que no necesitó más de 15.000 almas para explotar. Los jugadores, sabedores de
la mala onda reinante, se comprometieron a ser lo menos demostrativos posibles
ante su propio público enervado. Salieron a la cancha a paso cansino y con la
cabeza gacha, escoltados por por una rechifla que tapaba a los tibios aplausos.
Apenas saludaron cuando se pararon en el círculo central. Los insultos caían ya
como pesadas piedras a sus pies sin que el grueso límite de la pista de
atletismo los ponga en salvaguarda de su daño moral. Epítetos hirientes llovían
al por mayor: Traidores!. Ladrones!. Mercenarios!. Gallinas!. Mostaza Merlo
miraba a sus constados y con un par de aplausos bruscos buscaba contagiar ánimo
a los suyos. Un pibito como Carlos Tapia
intentaba en la descarga de algún pique corto espantar las tensiones de una
realidad que no le pertenecía. Los uruguayos Bica y Francescoli miraban
absortos como un Club (del cual habían dicho era la
Casa Blanca ) podía consumirse en su fuego
interno sin miramientos.
El hincha puede ser
muy cruel al momento de demostrar su enojo. Cada toque de Newell’s era
acompañado por un “ole” hiriente. Cada pase errático era procedido por un
murmullo irritante. Cada salida del banquillo del DT José Varacka despertaba
inmediatamente el “Sentate allá, ladrón!” de la
San Martín. Promediando el primer tiempo,
el volante millonario Daniel Messina tuvo que ser atendido por un golpe y de la
tribuna bajó un conteo socarrón modo juez de box hasta darle el out al
lesionado.
Cuando faltando 20 minutos para
culminar un match anodino, Enzo Francescoli maniobró en el borde del área,
alcanzó a rematar chanfleado al segundo palo provocando el rebote largo del
arquero Civarelli. Alberto Bica llegó primero que todos y la mandó a guardar en
el arco del Río de la Plata. Una
montonera de jugadores se aferró en un abrazo de bronca y revancha. En las
tribunas el gol se gritó sin la enjundia habitual. En muchos casos lo hicieron
por compromiso.
Gabriel Puentedura;
Julio Olarticoechea, Eduardo Saporiti, Enrique Nieto y Jorge García; Daniel
Messina, Reynaldo Merlo, Carlos Tapia y Enzo Francescoli; Oscar Víctor Trossero
y Alberto Bica salieron a la cancha por River. Cuando pitó el final Jorge Romero nadie sabía bien que hacer. Los jugadores ni saludaron antes de bajar a los vestuarios. El público, dolorido pero tal vez anestesiado por la victoria, los despidió con mas tristeza que bronca. Todos sabían que algo se había roto para siempre.