Haydeé Luján Martínez ya era fanática de River mucho tiempo antes de convertirse en la Gorda Matosas. Según ella, un tío la llevó a un superclásico y sin saber que equipo era cual, eligió para siempre a River porque tenía los colores que mas le gustaban. Y era verdad que le gustaban. Tanto, que en ellos vació enterito el tanque de su pasión. La leyenda cuenta que tuvo una vez un novio y que lo mandó a mudar porque el sotreta osó prohibirle ir a la cancha los domingos.
El uruguayo Roberto Matosas le regaló su camiseta y la rebautizó para siempre. Jamás se sacó aquella casaca abotonada con el 6 en la espalda. Todo en su vida era River. Su casa era un santuario rojo y blanco, según ella, para extrañar menos el Monumental, las uñas pintadas como la camiseta, sus pañuelos, sus colgantes, su gorrito infaltable, sus cadenitas, sus amuletos de cábala.
Matositas no iba a la platea de mujeres. Tenía su rinconcito en la San Martín baja, detrás del banco de los visitantes, donde podía calibrar mejor la mira de su ametralladora de puteadas. Fumaba como un sapo. Era una mina brava, grosera y, si se quiere, un insulto a la feminidad. Pero era libre y auténtica. Las hinchadas rivales la tomaban de punto y ella les contestaba cara a cara, con gestos indignos de una puritana, o dándoles la espalda y golpeándose la carnaza como diciendo “vengan que de a uno los atiendo”.
Tenía en La Plata un local de venta de lotería. De eso vivía, y del respeto piola que todo el mundo River –jugadores, dirigentes, hinchas, allegados- le regalaba a quien fue por mucho tiempo la hincha número 1 del Club. La Gorda Matosas llevaba ese distintivo con orgullo y lo defendía con virulencia. Varias veces se agarró de los pelos, viajó a todos lados (países limítrofes incluidos) para alentar, se bancó los 18 años con hidalguía, derramó lágrimas como cualquiera de los más fanáticos. Y se murió a mediados de 1996, unos días antes de que River gane su segunda Copa Libertadores. Seguro habrá partido contenta.
Conocí a la Gorda Matosas en la previa de un partido en 1991, en el Restaurante del Monumental. Mi viejo me la enseño y todavía tengo grabada su estampa de gitana en bancarrota, desprolija, olorosa a pucho y a viejo, y su voz casi ronca encajándole a todos el que iba a ser el billete ganador.
Y aunque no lo parezca, este post, pretende homenajear a una figura destacada de la historia Millonaria. No hay dudas de eso. Porque la Gorda Matosas, a su modo, fue una grossa pionera. Batalló sin cuartel frente a los prejuicios bobos de un ambiente machista, soportó denigrantes vejaciones verbales, se olvidó del que dirán, y solo se dedicó a ser libre. Fue una mujer enamorada y vivió su amor por River como se deben vivir las verdaderas pasiones. Al 100 %.
Haydeé está a la vanguardia como precursora de cualquiera de las miles de pibas pulenta y angelitos en camiseta que por estos días atestan las tribunas. Hoy, en tiempos de hinchada que se autoalienta, Matositas los insultaría de arriba abajo, sabiendo que ella, en las buenas y en las malas, jamás cobró un peso por alentar a River. Aunque eso, en verdad, no me consta.
El uruguayo Roberto Matosas le regaló su camiseta y la rebautizó para siempre. Jamás se sacó aquella casaca abotonada con el 6 en la espalda. Todo en su vida era River. Su casa era un santuario rojo y blanco, según ella, para extrañar menos el Monumental, las uñas pintadas como la camiseta, sus pañuelos, sus colgantes, su gorrito infaltable, sus cadenitas, sus amuletos de cábala.
Matositas no iba a la platea de mujeres. Tenía su rinconcito en la San Martín baja, detrás del banco de los visitantes, donde podía calibrar mejor la mira de su ametralladora de puteadas. Fumaba como un sapo. Era una mina brava, grosera y, si se quiere, un insulto a la feminidad. Pero era libre y auténtica. Las hinchadas rivales la tomaban de punto y ella les contestaba cara a cara, con gestos indignos de una puritana, o dándoles la espalda y golpeándose la carnaza como diciendo “vengan que de a uno los atiendo”.
Tenía en La Plata un local de venta de lotería. De eso vivía, y del respeto piola que todo el mundo River –jugadores, dirigentes, hinchas, allegados- le regalaba a quien fue por mucho tiempo la hincha número 1 del Club. La Gorda Matosas llevaba ese distintivo con orgullo y lo defendía con virulencia. Varias veces se agarró de los pelos, viajó a todos lados (países limítrofes incluidos) para alentar, se bancó los 18 años con hidalguía, derramó lágrimas como cualquiera de los más fanáticos. Y se murió a mediados de 1996, unos días antes de que River gane su segunda Copa Libertadores. Seguro habrá partido contenta.
Conocí a la Gorda Matosas en la previa de un partido en 1991, en el Restaurante del Monumental. Mi viejo me la enseño y todavía tengo grabada su estampa de gitana en bancarrota, desprolija, olorosa a pucho y a viejo, y su voz casi ronca encajándole a todos el que iba a ser el billete ganador.
Y aunque no lo parezca, este post, pretende homenajear a una figura destacada de la historia Millonaria. No hay dudas de eso. Porque la Gorda Matosas, a su modo, fue una grossa pionera. Batalló sin cuartel frente a los prejuicios bobos de un ambiente machista, soportó denigrantes vejaciones verbales, se olvidó del que dirán, y solo se dedicó a ser libre. Fue una mujer enamorada y vivió su amor por River como se deben vivir las verdaderas pasiones. Al 100 %.
Haydeé está a la vanguardia como precursora de cualquiera de las miles de pibas pulenta y angelitos en camiseta que por estos días atestan las tribunas. Hoy, en tiempos de hinchada que se autoalienta, Matositas los insultaría de arriba abajo, sabiendo que ella, en las buenas y en las malas, jamás cobró un peso por alentar a River. Aunque eso, en verdad, no me consta.