Un domingo de 1990 ante Estudiantes de La Plata, nos dio un campeonato convirtiendo desde posición cerrada, luego de esquivar al arquero pasando por el lado contrario de donde había tirado la pelota. Otra vez en 1992, ante Huracán en el Ducó, le pegó tal taponazo al balón, que el pobre Manuel Serrano tuvo que apartar la cabeza para que no se la arranque. Esa misma temporada, en Avellaneda ante Racing, pegó tal derechazo tres dedos que la pelota tomó una parábola inverosímil y se metió en el ángulo del segundo palo, dejando parado a Carlos Roa. Casi un año mas tarde, un viernes por la noche ante Lanús en el Monumental, dos goles suyos con la ceja abierta de un tajo le dieron a River una victoria clave para el título.
El Mencho no manejaba la fina ironía, no leía entre líneas, no tenía doble discurso ni mucho menos medias tintas. Era dueño de enormes silencios que culminaban en el repentino estallido de todos. Sincero, honesto, cristalino. Cuantas mandadas al carajo se habrán ahogado cuando detonaba en la red contraria alguna bomba de su pie derecho. Cuanto pelotazo al alambrado, cuanto chapón de publicidad abollado, cuanto “ooohhhhh” de desencanto. Así era el Mencho. Había que tomarlo o dejarlo. Autor de pifies sonoros y de golazos celestiales, hijos de su tosca polenta entrerriana y de una fe ciega en sus condiciones. Fogueado en las brasas de una humildad que lo hacía querible hasta el extremo.
Llevó durante largas temporadas la número 7 en la espalda, la de Muñóz, la de Vernazza, la de Pedrito, la de Alzamendi. Llenaba cada centímetro de esa casaca con su polenta descomunal y con su personalidad diáfana y sumisa, incapaz de un gesto o descalificación. Vino a Núñez en 1989 y al rato mandó al mismísimo Batistuta a comer banco. Passarella le dio mucha pista y en él encontró un delantero con mucho gol, pese a no ser nunca un artillero hecho y derecho, que se complementó bárbaro con Polillita Da Silva primero y Ramón Díaz después. Ambas duplas grabaron a fuego los noventa en el Monumental.
Lanzado y con espacios era letal. Su físico rocoso era inamovible en el cuerpo a cuerpo y sus piernas de roble poseían una velocidad llamativa para el peso nada liviano que transportaban. Tenía siempre el arco en la mira y le daba sin asco ni vergüenza desde cualquier lado, pero también era capaz de inventar cabriolas insólitas en la búsqueda del festejo. Hizo goles a montones, festejó varias vueltas olímpicas, y se metió tan hondo en el corazón del hincha, que fue imposible no extrañarlo cuando los japoneses del Yokohama Marinos se lo llevaron en principios de 1994, o cuando ya con las piernas gastadas, se despidió para siempre de Núñez en 1998, tras volver para ser participe del ciclo exitoso al comando de Ramón.
Medina Bello jamás jugaba para la tribuna, no le gustaban las poses heroicas ni los reportajes extensos, no impostaba nada, no se peleaba con los rivales, no gesticulaba, no mandaba en cana nadie, nunca le hizo goles a Boca. A veces el hincha le otorga el título de ídolo a personajes mucho menos complejos de los que nos pretenden imponer. La fuerza de sus goles y la transparencia de tipo buenazo lo elevaron como referente de la banda roja. Y allí se quedará para siempre.
Lanzado y con espacios era letal. Su físico rocoso era inamovible en el cuerpo a cuerpo y sus piernas de roble poseían una velocidad llamativa para el peso nada liviano que transportaban. Tenía siempre el arco en la mira y le daba sin asco ni vergüenza desde cualquier lado, pero también era capaz de inventar cabriolas insólitas en la búsqueda del festejo. Hizo goles a montones, festejó varias vueltas olímpicas, y se metió tan hondo en el corazón del hincha, que fue imposible no extrañarlo cuando los japoneses del Yokohama Marinos se lo llevaron en principios de 1994, o cuando ya con las piernas gastadas, se despidió para siempre de Núñez en 1998, tras volver para ser participe del ciclo exitoso al comando de Ramón.
Medina Bello jamás jugaba para la tribuna, no le gustaban las poses heroicas ni los reportajes extensos, no impostaba nada, no se peleaba con los rivales, no gesticulaba, no mandaba en cana nadie, nunca le hizo goles a Boca. A veces el hincha le otorga el título de ídolo a personajes mucho menos complejos de los que nos pretenden imponer. La fuerza de sus goles y la transparencia de tipo buenazo lo elevaron como referente de la banda roja. Y allí se quedará para siempre.
El otro dia pensaba que este River de hoy es medio como Medina Bello, cuando juega mal, juega mal en serio, nunca fue de los tipos mas queridos por mi principalmente por algo que decis casi al final del post y es que nunca le hizo goles a boca, lo mas importante fue un penal que le hicieron en nuñez y que el pelado diaz convirtio en gol
ResponderEliminarEl gol ese que mencionas contra Lanús fue en un partido nocturno en el Monumental, yo estaba en la popular y juro que sentí el sonido del zapatazo a la pelota, cabe aclarar que había mucha gente en la cancha. Nunca más sentí eso.
ResponderEliminarOtro gol "insólito" del Mencho fue uno a San Martín en Tucumán (circa 1993) de tiro libre acariciando la pelota de zurda al mejor estilo Beto Alonso.
Tal vez recuerdes ese partido porque me encantaría conseguir ese gol.
"Robo cop", segun una nota de "EL GRAFICO", alla por comienzos de los 90."El mencho es asi, lo toma o lo deja", segun un relator radial. Yo siempre lo tomaba, pese a que no hizo goles a Boca, y a veces la tiraba 5 metros sobre el horizontal.
ResponderEliminar¿ Como olvidar aquella apilada memorable a Estudiantes, para ganar el torneo 89/90?
querido mencho, en mi corazon y alma River platense, tenes un lugar guardado.
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