Lo malo que tiene ser una superfigura de la historia del fútbol, es que en cualquier emprendimiento posterior la comparación con la estrella que se supo ser resulta inevitable y rara vez se logra salir bien parado. Salvo Beckenbauer que fue campeón del mundo, y Pelé que ni se metió en el tema, los grandes paladines de este juego tuvieron sus berretines de entrenador. Alfredo fue bueno en el tema, pero nunca como cuando llevaba puesto los pantalones cortos.
La decisión de cesantear a Ángel Labruna se sabía que iba a desatar una tempestad. Aragón Cabrera era consiente de eso y antes de jugar su carta frente a Ángel, quería tener plena certeza de encontrar un reemplazo que tenga el plafón suficiente como para bancarse lo que venga. Por eso levantó el teléfono, discó Madrid y luego de un par de charlas, selló el retorno a casa de un ídolo exiliado por mucho tiempo.
Para ese entonces, la carrera de Di Stéfano había evolucionado bastante desde aquella lejana experiencia de Boca en el 69. Europeizado en estilo, quiso imprimirle a su River esa característica por entonces tan extraña y las incorporaciones que pidió apuntaron en ese sentido. Julio Olarticoechea, Enzo Bulleri, Américo Gallego, Jorge García. “Quiero un equipo con pressing” dijo el primer día de entrenamiento en las proximidades del Nacional de 1981. Su apuesta pagó en el corto plazo, pero le pasaría factura poquito tiempo después.
El River de la saeta nunca convenció. Su llegada supuso el fin del encanto de la primavera labrunista, y las tormentas que la entrenada muñeca de Ángel ocultaba en la intimidad, estallaron al choque de fuertes personalidades. Di Stéfano movió sin miedo a varias vacas sagradas del 11 titular (Alonso, Merlo, Ortiz, JJ, Pédro González) con lo cual se ganó la antipatía de buena parte de la masa. Les dio pista a juveniles como Vieta, Tévez y Vega. Apostó a un mediocampo guerrillero con Bulleri, Gallego y Comisso como estandartes. River ganaba y no gustaba. Vestía oberol en lugar de ropa de gala, y usaba la contundencia de dos cracks como Kempes y Ramón Díaz para hacer una diferencia que nunca era holgada.
Debutó oficialmente en la ciudad de Posadas ante Guaraní Antonio Franco. Fue 2-2. Luego de un comienzo dubitativo, su idea cobró repentina fuerza tras el festejado éxito matutino ante Boca en La Bombonera. Logró el pase a las eliminatorias con sufrimiento, y a partir de allí, se hizo invencible sin sobrarle nada. Eliminó a Central ganando en Arroyito e igualando de local. Superó en semis a Independiente por un gol de visitante. Y en la final se impuso al cuco de la época, el Ferro de Timoteo, derrotándolo en forma inobjetable por 1-0 los dos chicos. Paradójico es saber que todo esto no hubiera ocurrido sin la mano vital que dio el Talleres de Labruna, sacándole un punto a Loma Negra, que permitió el pase a los cuartos de final.
Pero ni siquiera el campeonato logró apaciguar la creciente mala onda que despertaba en el público, profundizada ya en el arranque de la temporada de 1982, cuando la dirigencia decidió darle la libertad de acción al Negro López y Alonso que emigraron a Talleres y Vélez respectivamente. Todo en River comenzaba a desmoronarse. Ya Passarella y Ramón habían sido vendidos a Italia, Kempes devuelto a España por no haber modo de pagarlo y Fillol en una fase sin retorno de su pelea con Aragón. Como si esto fuera poco, el plantel decidió desertar de un partido amistoso en Mar del Plata ante Peñarol por falta de pago, quedando suspendido por 45 días. Di Stéfano tuvo que afrontar el Nacional de 1982 con lo que había en la cantera. Hubo derrotas feas (1-5 ante Boca, 2-4 y 1-2 ante Independiente Rivadavia, 0-3 ante Instituto), la situación se tornó insostenible y Don Alfredo comprendió rápido que ese era el momento del adiós.
Se volvió a su lugar en el mundo. A Madrid, donde lo veneran como lo que es, una gloria viviente, y donde nadie se le anima siquiera a tutearlo. La experiencia del Gran Alfredo en el banco de River se saldará bajo el signo del festejo y la turbulencia. Un tiempo de decisiones difíciles y climas enrarecidos que pudieron haberse manejado un poquito mejor.
La decisión de cesantear a Ángel Labruna se sabía que iba a desatar una tempestad. Aragón Cabrera era consiente de eso y antes de jugar su carta frente a Ángel, quería tener plena certeza de encontrar un reemplazo que tenga el plafón suficiente como para bancarse lo que venga. Por eso levantó el teléfono, discó Madrid y luego de un par de charlas, selló el retorno a casa de un ídolo exiliado por mucho tiempo.
Para ese entonces, la carrera de Di Stéfano había evolucionado bastante desde aquella lejana experiencia de Boca en el 69. Europeizado en estilo, quiso imprimirle a su River esa característica por entonces tan extraña y las incorporaciones que pidió apuntaron en ese sentido. Julio Olarticoechea, Enzo Bulleri, Américo Gallego, Jorge García. “Quiero un equipo con pressing” dijo el primer día de entrenamiento en las proximidades del Nacional de 1981. Su apuesta pagó en el corto plazo, pero le pasaría factura poquito tiempo después.
El River de la saeta nunca convenció. Su llegada supuso el fin del encanto de la primavera labrunista, y las tormentas que la entrenada muñeca de Ángel ocultaba en la intimidad, estallaron al choque de fuertes personalidades. Di Stéfano movió sin miedo a varias vacas sagradas del 11 titular (Alonso, Merlo, Ortiz, JJ, Pédro González) con lo cual se ganó la antipatía de buena parte de la masa. Les dio pista a juveniles como Vieta, Tévez y Vega. Apostó a un mediocampo guerrillero con Bulleri, Gallego y Comisso como estandartes. River ganaba y no gustaba. Vestía oberol en lugar de ropa de gala, y usaba la contundencia de dos cracks como Kempes y Ramón Díaz para hacer una diferencia que nunca era holgada.
Debutó oficialmente en la ciudad de Posadas ante Guaraní Antonio Franco. Fue 2-2. Luego de un comienzo dubitativo, su idea cobró repentina fuerza tras el festejado éxito matutino ante Boca en La Bombonera. Logró el pase a las eliminatorias con sufrimiento, y a partir de allí, se hizo invencible sin sobrarle nada. Eliminó a Central ganando en Arroyito e igualando de local. Superó en semis a Independiente por un gol de visitante. Y en la final se impuso al cuco de la época, el Ferro de Timoteo, derrotándolo en forma inobjetable por 1-0 los dos chicos. Paradójico es saber que todo esto no hubiera ocurrido sin la mano vital que dio el Talleres de Labruna, sacándole un punto a Loma Negra, que permitió el pase a los cuartos de final.
Pero ni siquiera el campeonato logró apaciguar la creciente mala onda que despertaba en el público, profundizada ya en el arranque de la temporada de 1982, cuando la dirigencia decidió darle la libertad de acción al Negro López y Alonso que emigraron a Talleres y Vélez respectivamente. Todo en River comenzaba a desmoronarse. Ya Passarella y Ramón habían sido vendidos a Italia, Kempes devuelto a España por no haber modo de pagarlo y Fillol en una fase sin retorno de su pelea con Aragón. Como si esto fuera poco, el plantel decidió desertar de un partido amistoso en Mar del Plata ante Peñarol por falta de pago, quedando suspendido por 45 días. Di Stéfano tuvo que afrontar el Nacional de 1982 con lo que había en la cantera. Hubo derrotas feas (1-5 ante Boca, 2-4 y 1-2 ante Independiente Rivadavia, 0-3 ante Instituto), la situación se tornó insostenible y Don Alfredo comprendió rápido que ese era el momento del adiós.
Se volvió a su lugar en el mundo. A Madrid, donde lo veneran como lo que es, una gloria viviente, y donde nadie se le anima siquiera a tutearlo. La experiencia del Gran Alfredo en el banco de River se saldará bajo el signo del festejo y la turbulencia. Un tiempo de decisiones difíciles y climas enrarecidos que pudieron haberse manejado un poquito mejor.
Hola, aca dejo una entrada en mi blog sobre el eqipo de la Maquina: http://idolosriverplatenses.blogspot.com/2011/04/grandes-formaciones-la-maquina-1-parte.html
ResponderEliminarNos tenemos que conformar con haber formado a otro genio del fútbol como tantísimos otros casos y haberlo tenido en el Banco por un tiempo haciendo de Jack el Destripador y no adhiriendo al fútbol estilo de River que el practicó como jugador. Habrá tenido un ánimo destructivo para sacarse de encima a tantos ídolos o sería una venganza por lo que no pudo ser en su River de los 40 ? Nunca lo vamos a poder entender a Don Alfredo y a Don Aragón Cabrera .
ResponderEliminarYo sé que este tipo es un grande del futbol mundial y muchos lo consideran el mejor de la historia, pero no lo quiero. Lisa y llanamente. Que se quede en España para siempre, "su lugar" como él mismo lo dijo mas de una vez.
ResponderEliminarLa era Labruna tenía sus referentes y yo creo que Di Stéfano interpretó mandatos del presidente, de depurar un plantel "pesado" e iniciar una nueva etapa.
ResponderEliminarDi Stefano es un orgullo de River, no hay dudas. Pero la distancia es la distancia.