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Primero le dijeron el fantasma. Merodeaba las áreas como desentendido, se esfumaba de la vista de todos, y luego aparecía por sorpresa en el lugar menos pensado y causaba pavor en las defensas contrarias. Los goles se le caían de los bolsillos. Mas tarde lo llamaron simplemente Tito. Para ese entonces ya era mas hombre y menos pibe, y también era mas jugador que promesa. En esa mutación hipotecó el 9 de área y descendió al mediocampo para seguir marcando diferencia, en este caso para asistir a delanteros de gol. Daniel pudo lograr su brillo propio al resguardo de la tremenda sombra emanada por la figura de su hermano mayor, Ermindo. Es difícil establecer cuando dejó de ser “solo” el hermano de. Arribar a eso tal vez sea el mayor logro de su carrera.
Llegó de Las Parejas y al rato ya estaba en la primera jugando al lado de su hermano. Renato Cesarini, aquel zorro maestro del juego y de la vida, lo agarró en el vestuario del Monumental en la noche de su debut ante Boca, y de un sermón le sacó todos los nervios que podía tener. “Yo creo que usted es mejor que el Ronco. Ahora demuestremelo, carajo”. Aquel estreno en la Copa Libertadores del 66 lo marcó a fuego. A los pocos días anotaba ante Lara FC el primero de sus 17 tantos en ese torneo, cifra hasta hoy jamás superada para un solo certamen. Era certero en el área para el toque final, tenía el olfato necesario, pero también sabía ganarse sus chances en base a una habilidad difícil de descifrar.
La partida de Ermindo a Peñarol de Montevideo a fines del 68, lo redefinió en cuanto a estilo y protagonismo. Labruna lo retrasó a la función de armador de juego y allí volvió a romperla, ya no tanto como artillero sino como fino estratega. Bajaba y metía bochazos precisos de 40 metros al pié del compañero. La llevaba cortita mientras buscaba paciente un hueco y la largaba en cortada, como cuña entre los zagueros para el pique de Oscar Mas, su eterno socio del gol. Se anotó 5 veces en el superclásico. Tenia el temperamento mas caliente que el de su hermano, aunque no su chispa genial. Sufrió junto a varios próceres de los años oscuros, la injusticia de la reprobación de una tribuna contrariada por los repetidos fracasos. Daniel jamás negoció su estilo. Nunca. Ni siquiera cuando Didí llegó a Núñez con una escoba barre referentes y que –en parte- obligó a su préstamo a Racing para la temporada de 1972.
Daniel Onega convirtió 118 goles con la banda roja y es el octavo anotador de nuestra historia. Nadie sabe cuantos más hizo hacer. A finales del 73 eligió irse a España para jugar para el Córdoba. Su retiró se daría unos años mas tarde en Millonarios de Bogota.
Su apellido significa otra forma de decir River, vaya novedad. El pequeño Daniel nació en una casa cuyo principal adorno era un banderín del millonario, y las fotos de las glorias de La Máquina. Con el genio de Ermindo como espejo, edificó una carrera célebre aún sin el aporte sustancial de las vueltas olímpicas. Dos nombres propios y un destino sin gloria el de los Onega, que sin embargo se yergue en la historia riverplatense con la imponencia de las Torres Gemelas.
Llegó de Las Parejas y al rato ya estaba en la primera jugando al lado de su hermano. Renato Cesarini, aquel zorro maestro del juego y de la vida, lo agarró en el vestuario del Monumental en la noche de su debut ante Boca, y de un sermón le sacó todos los nervios que podía tener. “Yo creo que usted es mejor que el Ronco. Ahora demuestremelo, carajo”. Aquel estreno en la Copa Libertadores del 66 lo marcó a fuego. A los pocos días anotaba ante Lara FC el primero de sus 17 tantos en ese torneo, cifra hasta hoy jamás superada para un solo certamen. Era certero en el área para el toque final, tenía el olfato necesario, pero también sabía ganarse sus chances en base a una habilidad difícil de descifrar.
La partida de Ermindo a Peñarol de Montevideo a fines del 68, lo redefinió en cuanto a estilo y protagonismo. Labruna lo retrasó a la función de armador de juego y allí volvió a romperla, ya no tanto como artillero sino como fino estratega. Bajaba y metía bochazos precisos de 40 metros al pié del compañero. La llevaba cortita mientras buscaba paciente un hueco y la largaba en cortada, como cuña entre los zagueros para el pique de Oscar Mas, su eterno socio del gol. Se anotó 5 veces en el superclásico. Tenia el temperamento mas caliente que el de su hermano, aunque no su chispa genial. Sufrió junto a varios próceres de los años oscuros, la injusticia de la reprobación de una tribuna contrariada por los repetidos fracasos. Daniel jamás negoció su estilo. Nunca. Ni siquiera cuando Didí llegó a Núñez con una escoba barre referentes y que –en parte- obligó a su préstamo a Racing para la temporada de 1972.
Daniel Onega convirtió 118 goles con la banda roja y es el octavo anotador de nuestra historia. Nadie sabe cuantos más hizo hacer. A finales del 73 eligió irse a España para jugar para el Córdoba. Su retiró se daría unos años mas tarde en Millonarios de Bogota.
Su apellido significa otra forma de decir River, vaya novedad. El pequeño Daniel nació en una casa cuyo principal adorno era un banderín del millonario, y las fotos de las glorias de La Máquina. Con el genio de Ermindo como espejo, edificó una carrera célebre aún sin el aporte sustancial de las vueltas olímpicas. Dos nombres propios y un destino sin gloria el de los Onega, que sin embargo se yergue en la historia riverplatense con la imponencia de las Torres Gemelas.
De Daniel tengo los mejores recuerdos . Alguna vez comenté que Dominichi le levantaba la pelota para que Daniel le pegue de sobrepique en los tiros libres , nunca ví patear así los tiros libres y hacer tantos goles de esa manera . La dinastía Onega marcó a River y son de esoso apellidos asociados al club. Un lindo y merecido recuerdo .
ResponderEliminarMArcelo te estas olvidando del negro jj lopez, que tambien a veces le pegaba en los tiros libres de esa manera, uno de los goles cuando les ganamos con los pibes a la bosta en racing fue de esa forma, la levanto el beto y le pego el negro al palo izquierdo de sanchez
ResponderEliminarHabrá algun pdf por ahi de alguna Goles o algun grafico de ese partido en Racing?.
ResponderEliminarse agradecería enormemente!!!.
No se si a ustedes les pasa. Pero tengo un buen presentimiento para el martes. Absolutmente infundado por supuesto.
Dalmassito:
ResponderEliminarVos sabés que me pasa algo similar. Es un estado parecido al de aquella canción de Os Paralamas que decía: “El arte de vivir con fe / y sin saber con fe en qué...”
Con respecto al PDF bueno, al alma caritativa que tenga El Gráfico o Goles del 71 de aquel 3 a 1 a Boca en Racing y lo cuelgue, le estaremos agradecidos.
Saludos
Gustavo
hola !!
ResponderEliminarDe los Onega me hablaba mi viejo , cómo me hubiera gustado verlos , y a tantos otros ...
Los goles espectaculares del Pinino , ni hablar más atrás ...
Ahora entiendo lo que es fracaso para vos , no salir campeón ...
La cosecha de puntos de esos fracasos nos dejó en el primer puesto de la Tabla histórica .
Y grandes jugadores , enormes .
Pinino safó justo sino hubiera sido otro "fracasado"
Ah !! y estaba Liberti en muchos de esos años , me imagino lo mismo que pasa hoy con Ballón y Román , que no los dejan adaptar sin creer ( YA ) que son malos , con los varios extranjeros que trajo Don Antonio ...
no creo que todo tiempo pasado fuera mejor absolutamente , sino que hay demasiados olvidos por memoria selectiva .
Perdón por empalmar este y el anterior post pero leí la palabra fracaso otra vez y me calenté .
abrazo , Jorge
Insisto jorge.
ResponderEliminarLa palabra fracaso significa lo que significa. Eso es irrefutable.
La connotación de esa palabra es lo que jode y lo que incomoda.
abrazo
Muy buen recuerdo. Lo que no puedo creer es que hayamos tenido el goleador de una Copa Libertadores con 17 conquistas y no la hayamos ganado.
ResponderEliminarPagaría lo que no tengo por ver hoy en día patear tiros libres de esa forma. Me enferman esas pseudo-jugaditas del toque al costado o pasar por encima de la pelota (jamás vi un gol producto de esos engendros)
fear of god essentials
ResponderEliminargolden goose
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